Terminemos con la maldición de Malinche

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La Costa Rica de hoy se nos presenta violenta, insegura, menos amistosa y tolerante, y cada vez más desigual. Mientras tanto, hemos adoptado una palabra con cariño, la deseamos con desesperación y la utilizamos cada vez que podemos: desarrollo.

Como población asentada a lo largo del tiempo, hemos desarrollado dinámicas sociales propias, y con ellas se han creado costumbres, valores y modos de comportamiento. Sin embargo, luego de vivir un tiempo en una cultura totalmente distinta (Finlandia), algo que me ha quedado claro es que no todas estas “tradiciones” son sanas para la convivencia humana ni para el desarrollo del país.

A mi parecer, somos excelentes carpinteros, expertos en serruchar pisos. Eficientes teléfonos “chochos”, con los mejores chismes. Sendos monjes corrompidos, al cuido silencioso de nuestra envidia. Extraños ciempiés, solo “patas”, y muy píos en la alabanza de lo extranjero, enajenados, con la maldición de Malinche tan internalizada que pasa casi inadvertida.

Si bien es complicado diferenciar entre causas y consecuencias en las dinámicas sociales, es posible que estos ‘demonios’ culturales hallen buena parte de su lógica en el progresivo crecimiento de las brechas socioeconómicas, patrón constante durante años, que paulatinamente ha significado desigualdad de oportunidades, lo cual ha motivado estos ‘vicios’.

Pero creo que existe otra causa (y consecuencia a su vez) delicada: nuestra poca claridad de identidad cultural, algo que nos cuesta reconocer, mas es necesario hacerlo si queremos un desarrollo verdadero, no simplemente económico.

Orgullo nacional. Creo que esto ha quedado aún más claro con la muerte de Fidel Gamboa. Fidel y Malpaís han representado mucho para miles de ticos, principalmente jóvenes. Nos cantaron magistralmente sobre nuestras vivencias, nuestras tradiciones, nuestro folclore, nuestros lugares, los ensalsanzaron, nos enamoraron de ellos. Nos ayudaron a limpiar la imagen ‘de lo nuestro’, a dejar de verlo despectivamente, a comprender un poco su valor. Una marimba, para mí, no es lo mismo ahora que antes de ‘Como un pájaro’, por ejemplo.

Ejemplo de esto también han sido las películas como Caribe, A ojos cerrados, Gestación y recientemente El regreso, todas un rotundo éxito. Y lo cierto es que tenemos mucha sed de cosas que nos reflejen, que nos identifiquen como sociedad, que nos simbolicen, y que a la postre nos harán sentirnos más seguros y cómodos con nuestra cultura, con nuestras raíces.

Y todavía hace falta dignificar más a nuestros intelectuales, escritores y artistas, tanto presentes como de antaño, así como aceptar la importancia del arte y la promoción de la lectura.

En resumen, los comportamientos negativos que hemos construido en la sociedad tica son verdaderamente el principal obstáculo para el desarrollo.

Nuestro subdesarrollo es mental y actitudinal, y mientras no modifiquemos esas actitudes, seguiremos tropezando con la misma piedra, porque con esos ‘demonios’ solo logramos jalarnos todos para abajo. Así no avanzamos, creamos desconfianza, malos hábitos, y con ello más burocracia y rejas para controlarnos. Toda una bola de nieve.

No motivemos, entonces, solo el desarrollo de capacidades técnicas, porque, por más que lo hagamos bajo esas cadenas socioculturales, nunca lograremos un desarrollo real.

Para romperlas, una solución bien podría ser la limpieza e internalización de la identidad cultural. Es hora de plantearnos seriamente, como lo hizo don Pepe Figueres, ¿para qué tractores sin violines?