Temor metafísico

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Hace unos años, el filósofo Jonathan Glover escribió: “Supongamos que se descubre la droga de la felicidad. Esta droga tiene un efecto secundario: quien la toma pierde la capacidad de procrear. Sin embargo, la felicidad vitalicia que la droga produce es tanta que, luego de consumirla, a nadie le importaría no tener hijos. ¿Tendríamos los seres humanos el derecho de tomar todos la droga, decretando así el fin de la especie?”.

Buena parte de sus colegas parecían inclinados a responder sí: los beneficiarios de la sustancia, primero, serían los individuos a secas, nada de discriminación; y segundo, la adopción de la droga se haría en el marco del libre albedrío.

Una voz discordante fue la de Vinit Haksar, profesor universitario de Edimburgo. Haksar activó el timbre de alarma, y negó el derecho colectivo de los hombres de acabar con la especie, ya que la propuesta significa “el fin de la civilización por la cual la gente ha vivido, luchado y muerto. ¿Qué sentido tendrían entonces esas vidas, esas luchas, esas muertes –insiste Haksar–, y qué valor el sacrificio de nuestros antecesores que dedicaron sus vidas a la causa de la civilización porque sabían que esa causa les sobreviviría? ¿Qué derecho tiene esta generación a destruir así esta herencia?”.

La protesta de Haksar, pese a ser insuficiente desde un punto de vista lógico, detona en cada uno de nosotros un sentimiento de incalculable turbación. En efecto, acabar con una especie suena –más que a desafío– a decisión temeraria: ¿No estaríamos dañando con esto un destino ulterior ignorado y trascendente, según la historia que hasta aquí conocemos?

Llamaré “temor metafísico” a tamaña angustia sin nombre; y añado que quizá gracias a ella seguimos todavía en la Tierra.

Víctor J. Flury es escritor.