Sykes-Picot muere a los cien años

La era en que una potencia occidental podía controlar Oriente Medio, se terminó

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BERLÍN – El 16 de mayo de 1916, en medio de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia firmaron en Londres un pacto secreto. El convenio, cuyo nombre oficial era Acuerdo sobre Asia Menor y que fue negociado por los diplomáticos Mark Sykes y François Georges-Picot, ha decidido el destino y el orden político de Oriente Medio desde entonces. Pero no por mucho tiempo más.

Hace un siglo, las potencias europeas, futuras vencedoras en la guerra y preocupadas en dividir la región (que entonces era parte del Imperio otomano), trazaron una “línea en la arena” (así la denominó el autor James Barr) desde el puerto de Acre en la costa del Mediterráneo en el norte de Palestina hasta Kirkuk en el norte de Irak, sobre la frontera con Irán. Los territorios al norte de esa línea, en particular Líbano y Siria, serían para Francia. Los territorios al sur (Palestina, Transjordania e Irak) serían para Gran Bretaña, que buscaba, ante todo, proteger sus intereses a lo largo del canal de Suez, principal ruta marítima hacia la India británica.

Pero al mismo tiempo, el Reino Unido negociaba con los árabes que se habían alzado contra el dominio otomano y estaban del lado de británicos y franceses; y sobre todo con Husein bin Ali, jerife de la Meca, a quien se le había prometido Siria en caso de victoria sobre los turcos. Pero según el acuerdo Sykes-Picot, Siria le correspondía a Francia. Así que o los franceses o los árabes se iban a quedar sin su parte del botín, y siempre estuvo claro cuál era el lado más débil: los independentistas árabes.

El acuerdo secreto negociado por Sykes y Picot llevó a la formación de Estados que servían a los intereses geopolíticos de las grandes potencias coloniales europeas, no a las realidades sociales, religiosas y étnicas de la región. Esas potencias cristianas europeas, faltando descaradamente a su compromiso con la independencia árabe, impusieron al Oriente Medio musulmán un orden político que ha sido fuente de un siglo de guerras y conflictos.

En el mundo árabe, el trauma de esa traición y la derrota del movimiento nacional aún están vivos. Pero Sykes y Picot lograron la reconciliación de las dos grandes potencias de la entente, y el orden regional que crearon tras siglos de dominio turco-otomano perduró. Las potencias hegemónicas europeas (Gran Bretaña y Francia) ocuparon el lugar de la “sublime puerta” y se convirtieron en garantes del nuevo orden, fuera directamente o a través de intermediarios regionales.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el papel de garante último del sistema Sykes-Picot pasó a manos de Estados Unidos. Pero la experiencia estadounidense en Irak después de su intervención del 2003, y el crecimiento de la agitación allí y en otras partes, llevaron a que Estados Unidos retirara sus fuerzas y redujera su presencia en la región. Fue el inicio del fin para el sistema Sykes-Picot.

Por eso hoy las principales crisis de Oriente Medio se desarrollan exactamente en los territorios clave del acuerdo Sykes-Picot: Siria, Líbano e Irak. A la par que ha vuelto a primer plano la “cuestión kurda”.

Solo Israel y Jordania parecen estables (con énfasis en “parecen”). Sin una reconciliación entre israelíes y palestinos, es solo cuestión de tiempo antes de que el polvorín palestino vuelva a estallar. Y la estabilidad de Jordania depende en gran medida de la lealtad del Ejército y de las tribus beduinas a la monarquía (además de un servicio secreto sumamente eficiente). Pero la solidez de estas bases es insuficiente, particularmente dados los desplazamientos tectónicos que se están produciendo al lado, en Irak y Siria.

Estos dos países son ahora el principal teatro de operaciones de la batalla por el nuevo orden de Oriente Medio después de Sykes-Picot.

Los dos habían sido inestables por mucho tiempo, gobernados por dictadores seculares baazistas enfrentados a mayorías populares adherentes a una secta musulmana rival, además de una gran población kurda que sueña hace mucho con la independencia.

El orden que reemplace a Sykes-Picot será resultado de las luchas de años venideros entre las potencias regionales (ante todo, Irán y Arabia Saudita) y sus acólitos con sus motivaciones religiosas, por ejemplo Hizbulá (chiita) o Estado Islámico (sunita). Cualquier intervención militar de Occidente no hará más que empeorar la situación.

La era en que una potencia dominante occidental podía mantener el control de Oriente Medio (por la fuerza militar, de ser necesario) se terminó. El nuevo orden que surja de las cenizas del sistema Sykes-Picot será definido por fuerzas regionales, no por potencias externas (incluida Rusia). Para cuando las guerras por intermediarios, como la de Siria, hayan hecho su trabajo, el acuerdo Sykes-Picot será historia.

Pero el surgimiento del nuevo orden puede tardar, porque ninguna de las potencias regionales tiene fuerza suficiente para imponer su voluntad a las otras. Si optaran por lanzarse a una vana carrera por la hegemonía, Oriente Medio se enfrentará a un desastre político y humanitario de grandes proporciones. Al final, el agotamiento de todas las partes las obligará a reconciliarse y dar los primeros pasos en la dirección de un esquema de paz regional.

Una cosa está clara: cuanto más demore la cristalización de un nuevo orden, peor para todos. Un proceso prolongado de balcanización en Oriente Próximo solo producirá más miseria y sufrimiento: una auténtica bomba de tiempo para la paz mundial.

Para los observadores externos, la única esperanza es que nadie dentro de la región puede realmente querer algo así.

Joschka Fischer, exministro de asuntos exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y el 2005, fue durante casi veinte años uno de los líderes del Partido Verde Alemán.