Soy vegano, usted ¿no?

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El que escribe es un vegano desde hace 14 años. No soy chancletudo, soy abogado. No tengo una dieta restringida, sino sumamente variada, desde deliciosos tacos mexicanos y guisos caseros, hasta grandes ensaladas con aderezo francés o italiano, hechos en casa. Tengo mejores números que la mayoría de mis amigos en los exámenes de sangre, y no tengo problema alguno de salud ni riesgo elevado de nada. Tampoco tengo deficiencia alguna. Y le doy gracias por ello a la alimentación.

Es una lástima que el mundo omnívoro nos vea a los vegetarianos y veganos como sufridos, o quizás “valientes”. O, más bien, arriesgados… pero por un riesgo innecesario. Ir al Polo Sur a escalar montañas de hielo está bien, en la mente del público; pero dejar de consumir animales está mal, es un riesgo que va más allá del riesgo de quedar atrapado en el hielo en los confines del mundo. Interesante manera de ver las cosas.

La primera conducta se percibe como una proeza digna de admiración y la otra como un riesgo absurdo. Así que, cuando se trata de no consumir productos de origen animal (sea por la razón que sea: salud personal, crueldad con los animales o protección del ambiente), no se ve con buenos ojos. Es más, cuando un vegetariano o vegano desiste de su elección alimentaria, el omnívoro se llena de dicha por aquel que “vuelve a las filas de la normalidad”. ¿Qué es lo que produce esta actitud?

Temor al cambio. Sabiendo el omnívoro que sus hábitos implican la necesaria matanza de miles de animales, y que estos sienten dolor y miedo antes de morir, hace falta un proceso de atenuación de emociones como la empatía, culpa y vergüenza para poder seguir consumiendo animales. Asimismo, cuando vemos que un grupo exhibe una tendencia moral hacia no consumir animales, la primera reacción de la mayoría es descartar y rechazar sus principios y valores.

Este rechazo se manifiesta, incluso en información mediática que no es veraz, sino basada en datos seleccionados para probar “su” punto y nada más. El público aprecia esto ya que a todos les gusta escuchar buenas noticias de sus malos hábitos.

La actitud de cerrar los ojos a otras opciones es muestra del deseo social de continuar con las conductas habituales y descartar que estas sean problemáticas. Admitir que un vegano tiene razón puede ser desastroso pues implicaría un cambio fundamental en la vida diaria: desde la leche, las carnes y los quesos que se consumen todos los días, hasta los asientos de cuero de los automóviles; desde los redondeles de toros, hasta las exposiciones de los perros de raza… Y esta es una decisión que pocos están dispuestos a tomar. Estoy orgulloso de ser parte de este movimiento que, al final, promueve la empatía con los demás seres vivos, cuida del planeta, disminuye notoriamente las enfermedades crónicas y lo único que se propone es vivir en un mundo mejor.