Soplan vientos de cambio en América del Sur

Evo pecó de exceso de confianza, quizás influido por ininterrumpidos triunfos apabullantes

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Evo Morales ha sufrido una derrota histórica en el referendo del pasado 21 de febrero, en el que buscaba el apoyo ciudadano para aprobar una reforma constitucional que le permitiese volver a presentarse en el 2019 para un nuevo mandato presidencial hasta el 2025.

Según resultados preliminares del Tribunal Supremo Electoral, el “No” venció al “Sí” por estrecho margen (51,30% a 48,70%).

Esta derrota constituye la tercera consecutiva que en los últimos meses sufren los oficialismos en América del Sur: la del kirchnerismo/peronismo frente a Macri en las presidenciales de Argentina de noviembre (tras 12 años en el poder); y la del chavismo en las legislativas de Venezuela del 6 de diciembre (después de 17 años de tener el control absoluto de la Asamblea Nacional).

En el caso de Morales fue, en términos futbolísticos, un autogol. Evo pecó de exceso de confianza, quizás influido por la sucesión ininterrumpida de triunfos apabullantes que logró durante la ultima década. Lo perdió –como acaba de escribir Martin Caparrós– la tentación de sí mismo.

Empero, haber obtenido casi el 50% de los votos después de 10 años ininterrumpidos en el poder es un dato que no puede pasar inadvertido. Este proceso (del cual Evo sale debilitado pero no acabado) abre un escenario político totalmente inédito de cara a las elecciones presidenciales del 2019.

Habrá que ver qué sucede (para completar el cuadro de los países del ALBA de América del Sur) en Ecuador en las presidenciales de febrero del 2017, ya que Rafael Correa está actualmente impedido (consecuencia de la reciente modificación en materia de reelección) para buscar un nuevo mandato.

Nuevo ciclo. Todo parece indicar que el nuevo ciclo económico (caracterizado por una marcada desaceleración económica, sobre todo en América del Sur), el cansancio de la ciudadanía con los “gobiernos largos” (muchos de ellos llevan más de una década en el poder) y su consiguiente desgaste, además de las nuevas demandas de mas transparencia y rendición de cuentas, repudio a la corrupción y la exigencia de servicios públicos de mejor calidad, están dando inicio a un nuevo ciclo político donde, a diferencia del pasado reciente (en el que prevalecía la continuidad de los oficialismos) se impone ahora el cambio y la alternancia.

Ya la combinación de estos factores había hecho más difíciles los triunfos del oficialismo en las numerosas elecciones sudamericanas del año 2014, obligando en varios casos (Brasil, Uruguay, Colombia) a tener que ir a una segunda vuelta para mantenerse en el poder.

Durante el 2015, la situación económica de la región continuó deteriorándose (el promedio regional fue una contracción de 0,4%), en el plano social prevalecieron las malas noticias (estancamiento en la reducción de la pobreza –según la Cepal– y aumento por primera vez en cinco años del desempleo, según la OIT, y se incrementaron los escándalos de corrupción que llevaron, en el caso de Guatemala, a la renuncia del presidente Otto Pérez Molina y de su vicepresidenta y al arresto de ambos por presunta corrupción.

No veo en estos resultados (como afirman algunos analistas) un giro de la región de la izquierda a la derecha, sino el cansancio de la ciudadanía con mandatarios que llevan muchos años en el Gobierno (y que personalmente o vía sus partidos desearían seguir muchos años más).

Veo, asimismo, el rechazo ciudadano a presidentes que se caracterizan por un alto grado de personalización, que buscan una fuerte concentración de poder en sus manos, que tienen un estilo muy confrontativo y polarizante, y cuyas administraciones se ven salpicadas por graves escándalos de corrupción.

Todos estos regímenes comparten un problema común que constituye una de sus principales debilidades: la sucesión del líder. Lo estamos viendo en Venezuela. La muerte de Chávez dio paso al desastroso gobierno de Nicolás Maduro.

En mi opinión, lo que sí pareciera estar cada vez más claro es que los vientos de cambio y de la alternancia comienzan a soplar cada vez con mayor fuerza en la región, en especial en América del Sur. También que la época de los hiperpresidentes estaría llegando a su fin.

Una ciudadanía informada (las redes sociales están jugando un papel cada vez más importante en este sentido), empoderada en sus derechos y más exigente, mediante el voto, les está poniendo límites claros a los intentos de estos mandatarios de querer concentrar demasiado poder e intentar permanecer de manera indefinida.

Resultados reveladores. Sin embargo, debemos ser cuidadosos en el análisis y no extraer conclusiones apresuradas. No creo que estas derrotas representen el fin inmediato de estos movimientos políticos. De ahí la importancia de monitorear muy de cerca las próximas elecciones presidenciales, no solo las del 2016 (Perú, República Dominicana y Nicaragua), sino, sobre todo, las del 2017 y el 2018, en particular en Ecuador, Chile, Brasil, México, Colombia y Venezuela (si es que estas no terminan adelantándose como consecuencia de la actual crisis económica y del choque de poderes entre el gobierno y la oposición).

En el caso especifico de Centroamérica, habrá que estar atentos a lo que suceda en las elecciones presidenciales de República Dominicana (mayo) y en las de Nicaragua (noviembre), en las que ambos presidentes, Danilo Medina y Daniel Ortega, buscarán la reelección. Solo después de todos estos resultados estaremos en condiciones de comprender mejor los rasgos y las tendencias del nuevo ciclo político-electoral que pareciera estar emergiendo en América Latina.

El autor es director regional para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional.