Somos afortunados de tener a Hernán Jiménez

Las dos horas que dura el monólogo ‘Gato por liebre’ me dejaron una enorme enseñanza sobre el arte

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Por allá del año 1962, un autor del beat norteamericano escribió lo que llegaría a ser la culminación de su propuesta artística en un pueblito recóndito de California, llamado Big Sur.

Escondido de la civilización, los medios de comunicación y su fama, Jack Kerouac escribió su último libro despidiéndose de una manera humana de lo que sería una carrera exitosa como escritor en la década de los cincuenta.

Habiendo disfrutado y evitando revelar mucha información del más reciente show de Hernán Jiménez, puedo concluir que Gato por liebre tiene demasiadas similitudes con el contexto de Kerouac.

Cuando Hernán Jiménez salió al escenario, lo primero que pensé es que han pasado casi cinco años desde que me había hecho reír. No solo por la nostalgia de estar encaminado a una presentación de comedia, sino también por el simple hecho que en el gallinero del auditorio vi las canas de un comediante que muy consciente de este hecho me hizo reír y reflexionar sobre cómo nadie está exento de la natural vejez, y que son muy pocos los que vamos encaminados a ser adultos de buen ver.

Durante la primera hora del show, pensé que no era su trabajo más fuerte, pues se siente más como un reencuentro con un amigo que hacía mucho no veía, que trajo un par de cervezas a casa y con quien decidí ponerme al día escuchando sus andanzas y soltando carcajadas de forma natural.

Como show de comedia, tal vez no son sus mejores chistes, ni punchlines tanmemorables como lo recordaba; sin embargo, como propuesta artística, es su trabajo más maduro.

Después de la primera hora, a los espectadores se nos da una amena sorpresa, pues el tono del espectáculo cambia. Sin querer revelar mucho, llegamos a la esencia de Hernán, quien señala cómo encontrar en el arte no un escape a este mundo tan catastrófico, sino un bastón que nos ayuda a recorrerlo.

Es en el arte donde yace la esperanza, donde señalamos lo absurdo y recordamos lo bello de vivir. Es en el arte en donde se alimentan las revoluciones que catalizan los cambios para bien de nuestra sociedad y de donde se alimentan las masas contemplando lo bello de nuestra accidental existencia. En el artista hallamos el papel más importante en la sociedad.

Cabe señalar que dentro del escenario artístico costarricense deberíamos sentirnos afortunados por contar con personas como Hernán Jiménez. No de la forma como ciertos medios lo han calificado —“uno del montón” que tuvo éxito a pesar de ser costarricense—, sino como un artista que resalta la trascendencia del arte, de que nuestro papel en la sociedad es exaltar a nuestros artistas.

Que cuando veamos una niña jugando con una cámara y nos diga que quiere ser cineasta no la desmotivemos. Por el contrario, debemos darle las herramientas para lograrlo.

Cuando en un colegio conozcamos un poeta, no le digamos que de eso no se puede vivir. Confesemos que es con su poesía que puede salvar vidas.

Que sea por el arte que le reclamemos al gobierno los recortes a los programas que posibilitan la vida del arte y que dentro de este mundo ajetreado seamos los espectadores activos que los artistas tanto anhelan.

Así, cuando nos quejemos de la calidad de nuestro arte, que las críticas nos ayuden a mejorarlo y reinventarlo, porque es el único bastón para soportar el mundo catastrófico que hemos construido.

Esta es la enseñanza tan bella que me dejaron las dos horas de monólogo, que en parte las sentí también como una despedida. Big Sur es el lugar donde probablemente Hernán concibió la idea de este último especial de comedia, que, para ser franco, no es su show más gracioso, pero es su mejor y más genuino trabajo.

ricardohuapayary@gmail.com

El autor es economista.