Sobre los Premios Nacionales

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En el año 2011 escribí en este mismo espacio un artículo titulado “Una unión disfuncional”. Mi interés principal, tal y como lo explicité, fue defender el lugar que la literatura (novela, cuento, poesía, drama, ensayo) debe tener como espacio independiente de creación en relación con otras disciplinas cuyo vehículo es también el lenguaje, tales como el periodismo, la historia, la geografía, etc.

Todas estas otras disciplinas –lo digo contundentemente– son igualmente valiosas; sin embargo, son prácticas discursivas que obedecen a motivaciones totalmente diferentes. Cada uno de estos espacios, tanto el de la literatura como el de las otras disciplinas mencionadas, es una respuesta distinta, con su propio lenguaje, ante un acontecimiento humano, histórico o social.

El discurso literario y el de las otras disciplinas mencionadas tienen como “referente” la realidad (que es su matriz); sin embargo, en el literario el referente, al pasar por el tamiz del escritor y por los cánones propios de la teoría literaria, se convierte en “referido”, es decir, entra a participar en las coordenadas del quehacer artístico (simbologías, imaginación, ficción) que, por consenso, se pueden “explicar”, pero no comprobar ni verificar.

En las otras disciplinas, sus “referentes” son las realidades observadas y comprobadas por historiadores, geógrafos, periodistas, etc., que se conocen como documentos históricos (no ficcionales) y pueden ser explicados hasta donde sea posible, gracias a la objetividad y el rigor del estudioso.

Mezcolanza. No puedo dejar de enfatizar que la mezcolanza de lo que se pretende premiar bajo el rubro de “literatura” es inaceptable. Lo que se logra es negar el trabajo del escritor de literatura y sus potencialidades: la creatividad, la imaginación, la excelencia del trabajo textual, el poder de la ficción, etc. Recuerdo a Vargas Llosa en su estudio La orgía perpetua, cuando dice: “Un puñado de personajes literarios han marcado mi vida de manera más durable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido”.

Parece insólito, como pretende esta nueva ley, que un año se premie la buena edición (portada, papel, ilustraciones, etc.), dejando de lado si los contenidos del texto son aceptables, buenos o malos. Insisto: que se premie una buena edición, ello es sumamente valioso, pero eso es harina de otro costal.

La parte estrictamente editorial y los contenidos del texto son dos disciplinas diferentes. Dejar de lado una, un año, para premiar a la otra no parece justo para los escritores, ni para los editores.

Independencia. La obra literaria (novela, cuento, poesía, ensayo) debe tener su espacio de independencia.

¿No está el mundo lleno de obras literarias maestras que aportan más a nuestras vidas que otras experiencias.? ¿Cuándo se ha visto que editoriales de renombre mundial pongan en el mismo canasto los premios por diseños, ediciones, etc., junto con el contenido simbólico de las obra?

Coincido con la propuesta de Alfonso Chase cuando plantea que el expediente 17853 “deberá someterse a estudio en las cátedras de estudios culturales y desecharse por la voluntad de imperio que expresa y el desdén por otras opiniones que no sean las de las burocracias tecnócratas…”.

Me duele que quien lleve la batuta de este proyecto sea la diputada Alicia Fournier, a quien siempre consideré una amante de las letras y, además, defensora del poder de la literatura.