Sobre el amor cristiano

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La lectura de un interesante artículo de don Víctor Hurtado en esta página (“Sofismas de Navidad”, La Nación, 25/12/2015, p. 21A), que se me había traspapelado, me dio ánimo para escribir sobre un tema que mucho me interesa, pero que, debo aceptar, no es mi especialidad.

Por ello, mi interés al hacerlo no es ser definitivo, sino sugestivo, e instar a otros a que también mediten sobre él, en particular en esta época de tanta importancia para los cristianos.

Escribe don Víctor que “el dictum cristiano ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ es muy antiguo ( Levítico, 19 y 18), pero se limita a predicar la caridad para con el próximo; no para el lejano”. Afirma don Víctor que “lo mismo vale para la prédica de Jesús”, quien la dirigió solo a los judíos. El universalismo misionero cristiano, dice, es “un invento posterior de Pablo de Tarso”.

Otros autores, con razonamiento similar, sostienen que el inventor del cristianismo no es Jesús, cuyo movimiento (inicialmente denominado nazareno) fue solo uno más entre muchos (por ej., esenios, saduceos, fariseos) de tipo judío– sino Pablo. ¡Tremenda conclusión!

Por eso vale revisar lo que sobre el tema contiene la Sagrada Escritura. San Mateo 5:43, por ejemplo, atribuye a Jesús lo siguiente: “Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen (…). Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen lo mismo los publicanos?”.

Aunque el Levítico no pide odiar al enemigo, alguna dosis de discriminación se aceptaba entonces, pues en el libro de Deuteronomio, en el capítulo 23 y los versículos 20 y 21, se prohíbe prestar a interés, en dinero o en víveres, al hermano, mas no al extranjero.

Amor vs. justicia. Lo relatado por san Mateo, que se oponía a la conducta modal, y para muchos siempre ha sido difícil poner en práctica, pues equivale a estar dispuesto a dar sin esperar recibir, constituye una de las grandísimas contribuciones del cristianismo a la moral universal.

En efecto, en eso consiste el amor, que en su perfección Jesús practicó, pues quien da a cambio de una contrapartida lo que está haciendo es una simple transacción comercial.

¿No es, acaso, fruto del amor, y no de la “justicia”, pagar a los trabajadores de la viña contratados al final del día la misma suma de dinero que a los contratados antes? ¿No es, también, fruto del amor del padre recibir con alegría al hijo pródigo, que malgastó la herencia?

¿No es por la gracia de Dios que podemos obtener la salvación, pues no hay en el mundo acción ni conjunto de acciones nuestras que nos hagan “ganarla”?

Cuando alguien le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”, el Maestro no tuvo problema en explicarlo con la parábola del buen samaritano.

Según se le vea, el aforismo amad a tu prójimo como a ti mismo constituye una paradoja, pues quien ama a sus enemigos no tiene enemigos. Y como mandamiento, convierte en redundante a otros, por ejemplo: no robarás, no matarás.

También dice que el amor propio no es algo despreciable, como parecen sugerir algunos. Al contrario: es la vara con la cual se ha de medir el amor a otros.

La misión universal. A pesar del fundamentalísimo papel jugado en esta materia por el superapóstol san Pablo, quien en el primer concilio tomó para sí llevar el evangelio a los gentiles, dejando a Pedro el hacer lo propio con los judíos, procede concluir que el creador del cristianismo no es otro que Jesucristo.

Fue él quien, en su aparición en Galilea, estableció la misión universal cuando pidió a los once discípulos (excluido estaba Judas): “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y enseñándoles a guardar todo lo que él mandó (Mt. 28: 19).