Servicio al cliente'

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A veces uno camina lleno de entusiasmo por algún punto de la ciudad y, al entrar a un negocio, se topa con un “¿en qué le ayudo?” Sí, es el clásico recibimiento en gran cantidad de comercios e instituciones de servicios, porque ahora la premisa es “ayudar”al cliente. No se trata de servirle. “¿En qué le ayudo, mi amigo?” Este, es el recibimiento completo. Uno ya no es un señor. “Qué va, mi amigo, estamos taco a taco. Yo no soy su empleado ni mucho menos”, le susurra a lo interno una vocecilla al dependiente para que se sienta a gusto ante un simple comprador necesitado. Es triste vivir en carne propia y ajena la clase de “servicio al cliente” que generalmente se practica en nuestro país.

Por esas cosas de nuestra idiosincrasia, uno, a la vez, como cliente, no ordena para que el dependiente ni se inquiete ni se ofenda. ¡Dios guarde una orden directa! Mejor: “¿me regala un cafecito?” Y eso entre dientes o en voz baja, “porque a veces no es lo que se dice sino cómo se dice o se pide”, podría agregar el que atiende.

Y ante la posibilidad de un estreno: “¿y qué te parece este pantalón, ¡anaranjado!, en lugar del beige que andás buscando?” ¡De tú a tú, es la cosa!, con un sentido de la orientación o del buen gusto que' Y así es, ya uno no es usted, sino vos, por más kilométrica que sea la distancia en años entre el “ayudador”de turno y uno. Si se presenta un antojo de tenis: “¿Tiene este estilo en 11 y ½, joven?” “No, amigo, solo en talla 10; pero ¿por qué no te las probás? Vieras cómo estiran'”Y antes de que uno se retire con la mercadería en una bolsa y el entusiasmo en otra, ¡uno es el que debe dar las gracias al dejar la plata en la caja y al retirar el paquete! Si no, los dependientes dirán entre ellos: “¡Maes, qué malacrianza!”

Y en cuanto al carro y ciertos talleres, hay que visitarlos una vez por semana, porque aunque uno lo saque de ahí al volante, debe regresar empujando' o en plataforma. “¿Pero de qué se preocupa, amigo, si el trabajo tiene garantía?”, exclaman entre ademanes. ¡Por favor!, si uno espera no tener que echar mano a la garantía. Si no hay más remedio que darle uso, lo esperado es que sea una vez.

En los bancos a veces sucede que el cajero cuenta manualmente los billetes –diez– y ya contados los coloca en una contadora automática. Luego se queda uno con la mano en el aire, desocupada y “meditabunda”, pues el cajero decide contarlos de nuevo, manualmente. Esta vez, colocándolos uno sobre otro, sobre su mostrador y –sea público o sea privado el banco–, ¡por fin, diez billetes! Pero, ¿adivinen qué? ¡Correcto!, uno los va recibiendo de uno en uno en la mano, mientras se escucha en el aire: uno, dos, tres, cuatro' La tecnología está solamente para beneficiar o agilizar las cosas a lo interno del banco, porque uno como cliente se hace de palo frente a la ventanilla.

Y ya una vez en el súper, ¡hay que tener paciencia! Casi el 100% de los productos lleva “código de barras”, pero cómo añora uno aquellas cajeras de los 80, los 70 y 60, que sí eran de “armas tomar”. ¡Eran tan veloces ante sus cajas registradoras, llenas de teclas y con una manigueta!”.

Ya de noche, en el cine, al hacer fila para comprar el boleto o las palomitas y el “fresco”. Todo se mueve tan lento que uno se pregunta: ¿estoy en el cine o no logré salir de aquel banco o del super? (Independientemente del tiempo que demandan las tarjetas de débito y crédito).

Este es un repaso del “servicio al cliente” que recibimos en estos días. Una medida o solución fácil sería, por ejemplo, efectuar un cambio de nombre, de “servicio al cliente” por “ayuda al cliente”, pero lo mejor para todos es que se mantenga el nombre y se rectifique el servicio.