Seguridad pública y aislacionismo

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Hubo una época en que los costarricenses disfrutamos de una paz idílica, olvidados por el mundo, que no reparaba en nosotros debido a nuestra pequeñez y pobreza; forjábamos callada y laboriosamente la identidad nacional, interesados, si acaso, en la política de campanario, en lo que acontecía no más allá de nuestras goteras. Es cierto que de cuando en cuando el estruendo del mundo perturbaba nuestra cotidiana tranquilidad y que en una ocasión tuvimos que ser protagonistas del mayor acontecimiento de la historia del Istmo: la Guerra Nacional; pero luego volvíamos al abrigo de nuestras montañas a continuar las tareas brevemente interrumpidas, a seguir labrando el porvenir sobrio y discreto. Esta paz, conciudadanos, se ha acabado.

Amenaza real. Aunque no lo queramos, aunque quisiéramos que todo no fuera sino una horrible pesadilla, en la actualidad somos un objetivo en los cálculos siniestros del crimen organizado: carteles de la droga, terroristas, traficantes de personas y de armas, entre otros. Fatal sería para Costa Rica que hiciéramos lo del avestruz, que para ocultarse de sus perseguidores mete la cabeza en un hueco. La amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas no desaparecerá ignorándola.

Cuando el filibustero quiso someter a las cinco repúblicas centroamericanas a un mismo yugo no condicionamos nuestro invaluable aporte a la causa común a que las otras naciones imitaran nuestra vocación civilista, a que se adaptaran a nuestra idiosincrasia. Habría sido suicida. Tampoco esperamos a que el invasor cruzara nuestras fronteras para aprestarnos a luchar, ni pretendimos que estaríamos seguros manteniéndonos ajenos al conflicto intestino de Nicaragua y a la consecuente llegada de la falange extranjera.

Seguridad democrática. La ratificación por nuestro país del Tratado Marco de Seguridad Democrática en Centroamérica no es, como señala don Rodolfo Cerdas en un artículo reciente “meter a Costa Rica en una sola mancuerna con los policías y militares del istmo”, “fundirnos en ese peligroso amasijo represivo”, ni escorar hacia un peligroso Estado de corte policial ni, mucho menos, renunciar a la dignidad nacional.

Como bien dice el mencionado tratado en su único considerando, el modelo centroamericano de seguridad democrática se sustenta en la supremacía y el fortalecimiento del poder civil, el balance razonable de fuerzas, la seguridad de las personas y sus bienes, la superación de la pobreza, la promoción del desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente, la inversión social y la erradicación de la violencia, la corrupción, la impunidad, el terrorismo, la narcoactividad y el tráfico de armas. ¿Es que acaso son ajenos a nuestros valores cívicos esos programas? ¿No descansa precisamente en ellos nuestro proyecto de nación?

Autoridad moral. Si algún país de la región tiene merecimientos para estar en los distintos foros instituidos por el Tratado Marco de Seguridad Democrática es Costa Rica. Si alguna nación tiene autoridad moral para señalar el rumbo que en institucionalidad y democracia debe seguir el Istmo es la nuestra. Temer que si ratificamos dicho tratado seremos arrastrados a posiciones contrarias a nuestra tradición civilista y democrática, como teme don Rodolfo Cerdas, es subestimar la discreción, entereza y fidelidad de nuestros representantes en esos foros.

Es en las instancias del Tratado de Seguridad Democrática donde mejor se pueden discutir y acordar las diversas formas de colaboración en la lucha contra los carteles de la droga. No partamos de la errónea creencia de que todos los funcionarios policiales de los otros países de la región son corruptos y de que todos los nuestros son impolutos. No incurramos en narcisismo creyendo que somos el único pueblo con grandes reservas morales e ignorando que la criminalidad organizada hace ya rato que ha sentado sus reales entre nosotros. Prudencia, cautela, tino habrá que tener para buscar y dar información, pero no nos condenemos nosotros mismos a no recibirla de los países de nuestro inmediato entorno, no pretendamos ingenuamente valernos solos en esta lucha desigual contra tan descomunal enemigo como es el crimen organizado.

Es urgente para Costa Rica la ratificación del Tratado Marco de Seguridad Democrática en Centroamérica para enfrentar el fenómeno criminal de nuestro tiempo, para tener derecho a obtener valiosa información y colaboración de nuestros vecinos, para mostrar a la región la solidez de nuestra civilidad y ocupar el liderazgo que por nuestra tradición democrática estamos llamados a ejercer en ella.