Se debe tomar en serio el crecimiento de la eurozona

Tres economías tuvieron desempeños decepcionantes: Brasil, Rusia y la eurozona

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LONDRES – He estado fuera del mundo de los pronósticos económicos y las finanzas internacionales económicas durante más de cuatro años, pero gran parte de lo que aprendí durante mis 30 años trabajando a tiempo completo en ese campo aún influye la forma como veo el mundo. Una lección aprendida es medir el desempeño económico y financiero de una entidad según la forma como se compara con el potencial subyacente de dicha entidad y con la valoración de mercado de su desempeño. La aplicación de este enfoque a las principales economías da lugar a algunas puntualizaciones –y posibilidades– sorprendentes.

Para empezar, contrariamente a la creencia popular, el crecimiento mundial no ha sido especialmente decepcionante hasta ahora en esta década. Del año 2010 al 2016, la producción mundial aumentó a una tasa anual promedio del 3,4%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Puede que esta tasa sea inferior al promedio del período 2000-2010, pero es más alta que la tasa de crecimiento en las décadas de los ochenta y los noventa –décadas que no suelen considerarse como económicamente decepcionantes–.

Una mirada más detallada al desempeño de determinados países ofrece mayor información. A pesar de atravesar por traumas políticos significativos, Estados Unidos y el Reino Unido se han desempeñado como se esperaba. China, la India y Japón también han crecido en niveles cercanos a su potencial. Como evento raro se debe puntualizar que ninguna de las principales economías ha superado drásticamente su potencial.

Tres economías, sin embargo, realmente tuvieron desempeños decepcionantes: Brasil, Rusia y la eurozona. ¿Podría eso significar que muchos observadores, incluido yo, sobrestimamos el potencial de estas economías? O, ¿refleja circunstancias atenuantes? Si la respuesta es que sí hubo circunstancias atenuantes, hay que preguntarse si, contrariamente a las expectativas que prevalecen, los nuevos avances o desplazamientos en cualquiera de, o en todas, las tres economías podrían sorprendernos y ubicarlas en el lado del alza durante el tiempo que queda para completar la década.

Con relación a la eurozona, solo acoger la idea de que el crecimiento económico podía estar a punto de despegar pudiese haber sido suficiente, al menos hasta hace poco, para que uno sea enviado al consultorio de un especialista en salud mental. Sin embargo, en mi vida anterior, yo hubiese alentado a mis analistas para que inviertan más tiempo en la consideración de solamente esa posibilidad, porque, en el caso de que esa improbable noción excéntrica llegase a ser cierta, se hubiera podido ganar importantes cantidades de dinero en los generosamente valorados mercados de valores de hoy día.

Y, de hecho, la perspectiva de un repunte del crecimiento en la eurozona podría ser una noción solo parcialmente alocada. Cíclicamente, en la actualidad la eurozona tiene un buen desempeño, tanto según sus propios estándares como según los estándares de otros. En el primer trimestre de este año, la eurozona creció con mayor fuerza que EE. UU. o que el Reino Unido; y la mayoría de los países más grandes de la eurozona han estado mostrando un crecimiento relativo más fuerte durante ya algún tiempo.

Sin embargo, el panorama estructural de la eurozona a largo plazo sigue siendo poco alentador. Las perspectivas de los dos factores clave del crecimiento a largo plazo –la productividad y el tamaño y crecimiento de la población en edad de trabajar– parecen sombrías en los países más grandes de la eurozona, incluso en el caso de Alemania, la única economía que, desde una perspectiva cíclica, es la más reconocida como la economía a la que le va bastante bien.

Sin embargo –dándose el gusto de continuar considerando la extravagante idea de un aumento inminente del crecimiento en la eurozona– ¿qué pasaría si algo cambia significativamente para fortalecer esos factores de crecimiento? Si se toma en cuenta a los refugiados –muchos de ellos jóvenes– quienes continúan llegando a Europa desde zonas conflictivas en el Oriente Medio y África, tal vez ese no sea un pronóstico totalmente fantasioso.

Por supuesto, para aprovechar el potencial de los refugiados, es necesario asimilarlos dentro de las sociedades y economías europeas –un desafío que a muchos europeos les preocupa de manera justificada–. Pero, si se logra cumplir con ese requisito de asimilación, ciertamente se mitigaría el creciente desafío demográfico, especialmente en Alemania e Italia.

También existe la posibilidad de que los nuevos avances lleven a un enfoque más constructivo en cuanto a políticas. En los últimos años, la mayoría de las posiciones fiscales de los miembros de la eurozona han experimentado una mejoría considerable, aunque a menudo dicha mejoría pasó inadvertida, fue tan grande que el déficit fiscal de la eurozona ahora está en un nivel inferior al 3% del PIB, un nivel mucho mejor que el de Estados Unidos o el Reino Unido. Además, el incremento de los ingresos fiscales en algunos lugares de la eurozona –especialmente en Alemania– está alimentando superávits fiscales que podrían considerarse casi vergonzosos. ¿Podría haber llegado el momento de impulsar un ambicioso esfuerzo de estímulo liderado por Francia y Alemania?

Si el nuevo presidente de Francia, Emmanuel Macron, logra obtener suficiente respaldo en la Asamblea Nacional en las elecciones de junio, quizás él podría hacer algo por reducir el gasto estructural del gobierno en Francia, mientras realiza recortes de impuestos y mejora la flexibilidad del mercado laboral. La reforma del mercado laboral, en especial, podría ser crucial, no solo para la propia Francia, sino también para convencer a la canciller alemana, Ángela Merkel, en caso de que ella regrese al poder en el mes de setiembre, para que se avance hacia una mayor integración fiscal, incluyendo la creación de un ministerio de finanzas de la eurozona, cuyo establecimiento es apoyado por Macron.

Mucho de lo antedicho probablemente esté muy lejos de plasmarse como realidad; sin embargo, no es tan improbable como lo fue apenas algunos meses atrás. Y, si se tienen en cuenta las valoraciones de los mercados, es mucho más interesante explorar tales posibilidades que concentrarse en muchos de los otros temas que obsesionan a los analistas.

Llevando el escenario más lejos, uno podría incluso soñar con un panorama optimista para la balanza comercial del Reino Unido, con un tipo de cambio altamente competitivo que mejore perceptiblemente la demanda en su principal mercado, la eurozona. Eso podría más que compensar los desafíos que surgen debido al fin del acceso al mercado único. Con todo esto, la fantasía pudiese inesperadamente ir camino a convertirse en realidad. Sin embargo, se debe decir que el futuro siempre es incierto.

Jim O’Neill, expresidente de Goldman Sachs Asset Management y exsecretario comercial ante el Tesoro del Reino Unido, es profesor honorario de Economía en la Universidad de Manchester y fue presidente de la Revisión de la Resistencia Antimicrobiana del gobierno británico. © Project Syndicate 1995–2017