Rutas sin destino

No es posible llegar a un punto si no se sabe cuál es, peor aún si también se ignora por donde empezar

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Está de moda hablar de rutas. La ruta del arroz y de la educación son las más populares. También, de soluciones, como el problema de las listas de espera.

Una ruta es un proceso que parte de una premisa básica y tiene un destino definido. Sin estos componentes, la ruta deja su contenido a la imaginación y suposición.

No es posible llegar a un punto si no se sabe cuál es, peor aún si también se ignora por donde empezar. Administrativamente, los puntos de partida se refieren a indicadores, porque “lo que no se mide no existe”.

Se necesita medir el final para saber si se alcanzó y para rectificar durante el proceso. De no estar definido, luego se dirá que cualquier lugar al que se llegue era el objetivo.

La ruta, como proceso, implica tomar los recursos necesarios y dedicarlos a ese plan. Visto así, es toda una inversión, y como tal tiene un costo directo, un costo de oportunidad y externalidades.

El costo directo es el valor de todos los recursos que se dediquen a alcanzar el objetivo. El costo de oportunidad es el tiempo que se tarda en llegar respecto a otras opciones.

Siempre hay alternativas. El costo directo es fundamental, pero más el de oportunidad, ya que reponer el tiempo perdido es más caro. Esto, sin obviar las externalidades, incluidos los sectores afectados.

Veamos el ejemplo de la ruta del arroz. ¿Cuál es el objetivo? Del decreto ejecutivo se deduce que bajar el precio, y la ruta sería disminuir el arancel. En el caso que nos ocupa, por lo menos cabe preguntarse hasta qué punto se pretendía abaratar el precio, en qué plazo, qué afectación tiene en la producción nacional.

Sin lo anterior, cualquier número es posible. Es como decir que la meta es llegar a la montaña, sin indicar cuál, la distancia, el plazo, la altura, es decir, un montículo cualquiera es la imaginaria montaña.

A lo anterior se suman las medidas de seguridad alimentaria y reconversión productiva, entre otras. La ruta no es solamente bajar los aranceles a la importación, sino también la serie de acciones necesarias para lograr lo propuesto.

Una ruta que roza con la ficción es la de la educación. No sabemos nada de ella (en el arroz hay, por lo menos, un decreto que discutir) y por la amplitud de lo que puede ser el objetivo, hasta el horóscopo da más luz al respecto.

Los recursos comprometidos son multimillonarios y el costo de oportunidad es gigantesco. El objetivo es muy complejo y compuesto de muchas variables, por lo que deberían enfocarse en los alcanzables. Quienes sufren son los estudiantes, niños y jóvenes de colegio, así como los padres que confían en que se pretende mejorar la situación.

Si su inevitable desilusión es preocupante, recuperar el tiempo perdido es invaluable, y en muchos casos imposible.

Cuando un problema es de tal dimensión como las listas de espera, y con tendencia natural al crecimiento por la demanda, lo primero es tomar medidas para contenerlas y disminuirlas hasta llegar a un punto que permita manejar el problema mediante acciones más convencionales.

En la situación actual, existe la posibilidad de recurrir al sector privado temporalmente, pero pasa el tiempo y no se ve cambio, los pacientes sufren y algunos morirán esperando. De todos los problemas, este conlleva un costo extremo, pues se cobra el bien más preciado, que es la vida.

Lo anterior refleja la trascendencia de una ruta, plan o estrategia, o como se le quiera llamar, porque todas nos afectan. A los padres, por la impotencia de verse imposibilitados de exigir o producir los cambios en las escuelas, de ver a sus hijos que en tercer grado no saben leer, o que si se gradúan del colegio no estudiarán más debido a sus bases endebles. A los productores de granos básicos, porque están inmersos en la incertidumbre. A los pacientes, porque no tienen alternativas y deben esperar que se les atienda a tiempo, aunque saben que lo más probable es que no sea así, y, en el mejor de los casos, deberán empeñar los recursos ahorrados para su vejez y dedicarlos a la atención médica privada.

Mientras tanto, rutas, soluciones, estrategias y discursos vacuos.

adolfo.lizano@gmail.com

El autor es abogado e ingeniero agrónomo.