Risa incontrolable

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El hombre, de buena presencia, de buen vestir y aspecto extranjero, estaba parado exactamente frente al almacén Uribe & Pagés, sobre la avenida tercera, entre el Parque Morazán y el Automercado Alonso.

Todo su cuerpo era presa de un ligero temblor convulsivo; sus vibraciones como siguiendo rítimicamente el compás de la cambiante intensidad de su incontrolable risa.

Al pasar a pie frente a él, entre preocupado e intrigado por el extraño comportamiento del sujeto, me atreví a acercármele para preguntarle si se sentía bien, si en algo podía ayudarle y serle útil. Al escuchar mi pregunta y con una expresión de sorpresa dibujada en su rostro, su risa aumentó de manera irrefrenable hasta estallar en una descomunal, estruendosa e irresistible carcajada. Producto de la risa, de sus ojos empezaron a brotarle lágrimas que rápidamente se le escurrían cuesta abajo por las mejillas.

Al no poder siquiera balbucear una respuesta coherente a mi pregunta por su evidente estado de anormalidad, se limitó a señalar con el brazo en dirección a la calle al tiempo que la sonoridad creciente de sus descompuestas carcajadas podía escucharse a treinta metros de distancia.

Enseguida "me cayó la peseta" y comprendí lo que ocurría. Una calle totalmente despedazada en el mero centro de la ciudad capital, plagada de enormes cráteres hasta de medio metro de profundidad a todo lo largo y ancho de la calzada, por donde transitaban diariamente miles de autobuses, taxis y automóviles particulares, era la causa de la histérica e incontenible risa del turista extranjero.

Cada vez al pasar un autobús repleto de gente por una de esas monstruosas cavidades, inclinándose peligrosamente en uno de sus costados con riesgo de voltearse totalmente y caer sobre la acera aplastando a los peatones, o de que algún pasajero arriesgara salir escupido por una de las ventanas por no asirse suficientemente fuerte de las barras o del respaldar del asiento delantero, el "antipático" extranjero literalmente se desternillaba de la risa.

Las autoridades de tránsito deberían de permitir el paso por esa cuadra solamente a los vehículos de doble tracción con duplicado, o "chancha", como se decía antes, todo con el noble propósito de evitar mayores atascamientos y ayudar a los motoristas a alcanzar la otra orilla, digo, la siguiente esquina sin pérdida fatales.

Mi primera sensación ante ese espectáculo entre grotesco y ridículo, reflejo de la peor de las desidias e irresponsabilidad del MOPT, de la Municipalidad o de ambos, fue de pena, de bochorno, de profunda vergüenza e indignación. Sin embargo, mi estado de ánimo cambió de repente a lo positivo. ¿Por qué no, me dije, el ICT y las agencias de turismo receptivo aprovechan la oportunidad y se coordinan para organizar "tours" a la avenida tercera, entre calles tercera y quinta, con el propósito de que los turistas extranjeros disfruten de una diversión verdaderamente insólita, única en el mundo, y se despidan de nuestro país muertos de risa y no muertos de cólera, como cuando los ladrones los desvalijan de todas sus pertenencias?

¿No es acaso la risa un bálsamo, un remedio infalible contra las penas de este mundo?