Respuesta a don Santiago

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En 1859, un agricultor herediano, don Santiago Córdova, le envió una carta al presidente Juan Rafael Mora Porras, dolido porque la autoridad electoral le había quitado la ciudadanía poco antes de las elecciones. Este es un extracto de la misiva:

“… la Junta Calificadora de mi vecindario me ha inferido el agravio de no inscribirme en la lista de ciudadanos… la única razón que ha tenido la Junta para negarme el goce de ciudadano es que no soy dueño de una propiedad que llegue al valor de trescientos pesos... La Junta sabe que trabajé duramente en mi juventud, para adquirir bienes con qué subsistir en la vejez, pero que los infortunios y el deseo de darle a la patria hijos útiles me hicieron perderlo todo; sabe que consagré mi vida en educar a mi finado hijo, el presbítero Córdova, y que, después de haber gastado cuanto poseía, la Providencia, debido a la guerra y el cólera, me lo arrebató cuando prestaba servicios a la patria, y que perdí en él todo mi consuelo, toda mi esperanza, y quedando ya en la ancianidad … me sepulta la Junta de un solo golpe, condenándome a vivir aislado, fuera de la sociedad y sin el dulce nombre de ciudadano de la patria”.

Así es, en aquel entonces uno era ciudadano solo si tenía propiedades y dinero. De lo contario, no tenía derecho a votar. Así era en Costa Rica y en las democracias de entonces. Pero, más allá de la anécdota, aprovechemos las letras de este abuelo suyo y mío para reflexionar. ¿Qué le podríamos contestar a ese humilde campesino, si nos preguntara qué hemos hecho con la democracia con la que soñó?, ¿qué hemos hecho con la Costa Rica por la que su hijo murió luchando contra el filibustero?

Yo le diría que sus nietos, bisnietos y tataranietos hemos recorrido un camino de inclusión electoral; que a lo largo de la historia nos hemos ido reconociendo como pueblo y hemos ido derribando todas las barreras que dejaban a tantos sin derecho a participar y a tener voz sobre el destino del país.

Le diría que, a finales del siglo XIX, 30 años después de su carta, rodeamos San José y le exigimos al presidente Bernardo Soto que respetara la voluntad popular expresada en las urnas.

Le diría que, en 1913, conquistamos el voto directo, el derecho a escoger nosotros mismos a los gobernantes, y decidimos, además, que pobreza o analfabetismo no serían más una razón para excluir de las elecciones a la gente.

Le diría que, en 1925, logramos que el voto fuera secreto para asegurar que cada uno, sin importar las presiones o compromisos que tuviera, pudiera votar con libertad, como su conciencia le dictara.

Le diría a don Santiago que, en 1949, las mujeres alcanzaron la ciudadanía plena, el derecho de votar por el que tanto, y con tanta valentía, habían luchado.

Le diría que, en el 2009, dimos un paso más en la incorporación de las mujeres a la vida política nacional, al avanzar de la cuota a la paridad, para lograr, hoy, estar a la vanguardia mundial en equidad de género en los órganos de representación política.

Y le diría que este año votarán, por fin, incluso nuestros compatriotas en el extranjero; que ya no estarán excluidos de las urnas los amigos y familiares que, por una u otra razón, están lejos de casa; que Costa Rica se levantará a votar no solo en Quepos o Tarrazú, sino también en Japón y Rusia.

En resumen, le diría a don Santiago que la sangre de su hijo no fue en vano, y que tanto sacrificio y dolor ha valido la pena.

Costarricenses, ese es el camino que hemos recorrido juntos por casi dos siglos. Es el camino de la democracia, que hemos ido ensanchando más y más, para que nadie quede afuera, para derribar todas las barreras que excluyen y marginan. Por eso, el esfuerzo adicional para llevar el voto a las comunidades indígenas, cárceles y hogares de ancianos. Por eso, la inversión en dispositivos para el voto de personas con discapacidad.

Este 2 de febrero tenemos una cita más con la historia, con nuestra historia como pueblo, con lo que siempre nos ha distinguido: con nuestra democracia. Costarricense, no renuncie al “dulce nombre de ciudadano de la patria”. No desperdicie el poder de su voto. No se excluya de esta cita… mucho se luchó por incluirlo. Si vivimos juntos, juntos debemos decidir. Vamos a decidir sobre quiénes tomarán las riendas del país, y Costa Rica, su Costa Rica, se merece que usted asuma esta responsabilidad con toda la seriedad del caso.

Llegó la hora de que todos le cumplamos a este país votando y respetando el inapelable veredicto de las urnas: la decisión del pueblo soberano que todos deberemos acatar.