¿Quién ganó la Segunda Guerra?

El I Ching tiene un poder de universalidad que trasciende geografías y calendarios

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Creado por los sabios chinos antes de que Europa aprendiese a dividir, el I Ching tiene un poder de universalidad que trasciende geografías y calendarios.

Desde el 1200 de la era precristiana, bajo la forma de un escrito minucioso, analítico y perfeccionista, este Libro de las mutaciones (que eso quiere decir I Ching) proclama que el cambio es lo real, afirmación que constituye su núcleo duro y jamás relativizado.

Pero, dicho esto, ¿qué otra cosa hay si el tiempo y el cambio no son parajes, sino cuando mucho luces instantáneas que nuestros circuitos sensoriales no logran retener?

Hay muchas cosas, vale anticipar, pero es preciso ir con calma. Así habla Philip K. Dick (1928-82), distinguido autor de ciencia ficción que incluye de modo categórico el sentido autonómico del devenir temporal en su novela El hombre en el castillo (1962).

La premisa narrativa de Dick es la de sus personajes, aliados vencidos en la Segunda Guerra y que conviven con sus enemigos victoriosos. Estados Unidos, por ejemplo, ha sido partido en tres áreas: las costas del Atlántico y del Pacífico, ocupadas por alemanes y nipones, respectivamente, y una zona tapón repartida entre ambos.

El ahogo existencial está generalizado, tanto en un bando como en otro; y de allí surge, de la oscura necesidad, el Ching en la vida cotidiana de los sobrevivientes.

Lo que el libro denomina situación es inusual: hombres y mujeres hablan sus idiomas patrios, mantienen la comunicación formal… pero desconfían de la honradez o de las intenciones malvadas de sus prójimos; y para evitar el engaño y la trampa, el Ching, llevado por los japoneses al oeste, se convierte en un polo magnético que, debido a su naturaleza de buscar la verdad por la verdad, siembra las peores dudas acerca de los resultados de la misma guerra. ¿De veras ganó el Eje y de veras Alemania y Japón son las dos grandes potencias de la historia?

Introvisión. Para reiterar una figura muy cara al Ching, la de situación, aquí se trata de la red y el cruce de fuerzas entre los diferentes perseguidores de la verdad y sus prácticas inconscientes, hábitos culturales, ambiciones egoístas y una sed interior de espiritualidad que emerge de las noches difusas y sobresaltadas. Cada ser es también (y se comprende) una introvisión de algo más grande, acaso una simple rasgadura del todo en ebullición.

El libro reúne 64 hexagramas, frases de seis líneas que se leen de abajo arriba. Las frases responden a la pregunta que uno formula y son acompañadas con las tiradas de tres monedas que tienen una cara par y otra impar y que deben arrojarse media docena de veces: así se arma la figura del caso, el hexagrama.

El I Ching responde a una situación determinada y nuestra elocución debe ser audible, sin rodeos. Por lo general, la forma de respuesta que obtenemos se parece a cualquiera de estas dos:

Si uno es sincero,

Basta una pequeña ofrenda.

No hay culpa.

O:

Es favorable tener una meta.

Es favorable cruzar las grandes aguas.

En tal punto, uno coteja la pregunta y la respuesta. Interroga, le contestan, está presente.

Hacia una mayor comprensión. Decían los presocráticos griegos (y hasta Platón, creo) que los libros no nos hablan. Ellos asientan sus experiencias, registros, datos, hechos, pero son inmunes a la voz que interpela, acepta o rechaza su discurso. No es el caso del Libro de las mutaciones.

El psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, invitado a escribir el prefacio de la primera traducción alemana del I Ching de Richard Wilhelm, cuenta que le preguntó al libro qué consecuencias intelectuales y de recepción tendría su trabajo de parte de un vasto público occidental; y agrega, casi turbado, que Ching respondió cuidadosamente, haciendo un examen a lo largo de los años y confesando cuáles habían sido sus avatares cronológicos y de cómo el texto había pasado de la exaltación a la indiferencia pública y de esta a una tímida reivindicación, para finalizar indicando que un prólogo de Jung bien podía inscribirse en un avance hacia la mejor comprensión del libro.

Me parece una gran respuesta en la senda de una apertura espiritual que ya el libro de Dick abrió a partir de la ficción profunda y de un alcance filosófico y social de primera mano.

Lejos de transitar una suerte de ascetismo de difícil resolución, el I Ching es una suerte de cosmología en la que todos los elementos del universo se hallan relacionados y tienen su derecho a estarlo, desde quien rompe el silencio en este segundo hasta la crisis de los mercados, el cambio climático, la ráfaga de cigüeñas que alzan vuelo frente al pescador de cualquier isla del planeta y aun el candor de aquella adolescente que me dijo una vez que ella consultaba el I Ching para saber si debía consultar el I Ching.

El autor es escritor.