Queda la esperanza de que haya una mayoría silenciosa

Tal vez exista un grupo numeroso más reflexivo y con mejor criterio para definir nuestro rumbo colectivo

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Las redes sociales se han convertido en un vertedero de opiniones más que de verdades, donde cada quien defiende su visión de las cosas apoyado en cualquier argumento que le sirva, si es confiable o no, es lo menos importante.

Pero las redes no son la realidad en sí misma y es posible llegar a creer que las posiciones más repetidas son las socialmente dominantes, cayendo así en un engaño.

Gritar más fuerte no nos convierte en mayoría, pero sí nos hace más notorios que una muchedumbre silenciosa, al menos hasta que las palabras deban convertirse en actos o, en el contexto actual, en votos.

Ya sea en las calles o en la virtualidad, las masas vociferantes no son necesariamente las más numerosas, pero muchas veces resulta más importante ser que parecer, sobre todo, al buscar adeptos. A fin de cuentas, en una sociedad en la que se vele por el bienestar de las mayorías lo más sensato es aparentar ser parte de ellas.

De todas formas, ser muchos tampoco implica tener razón. Bien dice el psicólogo español Javier Burón que «la verdad es verdad porque lo es, no porque lo piense una persona, sea quien sea, o millones de personas».

Unos y otros buscan ser (o parecer) mayoría, no para defender la verdad, sino la versión de la verdad que les conviene o con la que se sientan más a gusto. Pero no debemos olvidar que tanto mayorías calificadas como minorías con poder han ocasionado destrucción y muerte, creyendo que tener aliados nos convierte en dueños de la verdad y en jueces de nuestros opositores.

Muy en el fondo, no nos gusta ser mayoría, nos gusta tener poder e imponer nuestras ideas; ser mayoría es solo una forma de alcanzarlo, como también las armas, el engaño y la opresión. Y así como una mayoría elige gobernantes, una minoría los puede derrocar.

Quienes buscan el poder por sí mismo son los que más tienden a abusar de él y harán lo que sea por alcanzarlo (hasta decir lo que queremos escuchar, aunque piensen distinto), lo que nos pone en la encrucijada de entrever, entre motivos encubiertos, las razones verdaderas de la búsqueda de puestos de mando.

Aunque a veces se nos olvide, no se debe gobernar para las mayorías, ni para quienes más alcen la voz, ni para quienes buscan influir bajo el silencio y el anonimato. No se trata de defender los intereses (confesos o no) de unos u otros o de buscar la popularidad y el aplauso irreflexivo, sino de velar por el bien común.

Recordemos que centrarse solo en el interés de las mayorías ha justificado genocidios, esclavitud e, incluso, la nefasta invisibilización de algunas minorías; son extremos, sí, pero no estamos tan lejos de ellos como parece.

Las manifestaciones públicas, algunos medios de comunicación y las redes sociales son herramientas en este juego de ganar simpatías o generar odios a conveniencia.

Como escribió el célebre autor Aldous Huxley, «una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante», y hace tiempo nos encontramos encaminados hacia una sociedad similar a la que describió en su libro «Un mundo feliz», es decir, un mundo inconsciente, que se apega al criterio que más le tranquiliza, sin espacio para el diálogo, el acuerdo y el respeto por el otro.

Queda la esperanza de que, quizá, haya una mayoría silenciosa, pero más reflexiva y con mejor criterio para valorar las ideas propuestas y definir nuestro rumbo colectivo, distinta de las masas que alzan la voz y agitan el brazo cada vez que pueden.

Queda la esperanza de que el poder llegue, por casualidad o destino, a las manos de quienes no lo busquen para su propio beneficio y gloria, sino porque realmente desean un mejor destino para todos, sin sacrificar a nadie, y tengan las herramientas necesarias para alcanzarlo.

daxlion@gmail.com

El autor es psicólogo.