¿Qué tipo de reforma fiscal merecemos?

La reforma tributaria que se necesita no debe limitarse a aumentar impuestos

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Meses atrás se publicó la intención del nuevo gobierno de aprobar un impuesto sobre los casinos, con la finalidad específica de destinar lo recaudado al mejoramiento de la seguridad ciudadana. Dado que los cálculos de ingresos por dicho impuesto no se estiman suficientes para cubrir tal necesidad, se ha especulado con la creación de un impuesto adicional, aunque no se han revelado sus características.

Esperamos que lo anterior no signifique una renuncia anticipada a plantear finalmente una reforma tributaria seria, profunda y que responda a los tiempos actuales.

Reforma respetuosa. No obstante, debe aclararse que por reforma tributaria no me refiero a modificaciones o parches que persigan la forma más fácil y simplista de allegar recursos al Estado; es decir, aumentar impuestos, sino una reforma respetuosa de los derechos de los contribuyentes, adaptada a las nuevas formas de comercio, que corrija las graves desigualdades e injusticias del actual sistema y que dé certeza tanto a los contribuyentes como a la Administración Tributaria, sobre los hechos e incluso sobre la forma en que deben pagarse tributos, todas cosas que, en la actualidad, simple y llanamente no ocurren.

Continuar con la creación de impuestos menores con supuestos fines específicos, atenta contra una de las grandes aspiraciones de todo sistema tributario eficiente, cual es la simplicidad. Al crear nuevos impuestos, no se mejoran los actuales, de verdadera importancia recaudatoria, y se complica más la legislación tributaria.

Los fondos rara vez llegan a los destinos para los que fueron creados y, además, la gestión y administración se hace muy costosa, por lo que parte de lo recaudado se pierde precisamente en los mecanismos de control y fiscalización. Ejemplo de lo anterior es el impuesto popularmente conocido como de “casas de lujo”.

Legislación anticuada. En segundo lugar, no podemos olvidar que nuestra legislación tributaria es muy anticuada, repleta de lagunas, ambiguedades e institutos superados. Si Costa Rica quiere enfrentar con éxito el reto de la globalización, no puede abstraerse de un sistema tributario moderno, dado que el actual marco normativo genera mucha desconfianza.

Las tasas y multas en algunos casos son ridículas y en otros desproporcionadas, se carece de metodologías claras y específicas para los diferentes ramos de la industria y el comercio, hay problemas de doble imposición internacional y un largo etcétera de inconvenientes que inciden negativamente no solo de forma local, sino también en las posibilidades de atracción de la tan necesaria inversión extranjera.

En tercer lugar, dicha reforma debe ser acompañada de una legislación o estatuto de derechos y garantías de los contribuyentes, dado que la actual gestión tributaria destaca por un desprecio casi absoluto de garantías procesales de los contribuyentes, aunada a la práctica impunidad de los funcionarios tributarios por los abusos y arbitrariedades cometidos en sus funciones. Cualquiera que haya sido sometido a un proceso de fiscalización, podrá dar buena cuenta de esto.

En pocas palabras, la reforma tributaria que Costa Rica necesita y merece no es una que simplemente se dirija a aumentar impuestos, sino que tenga un moderno y equilibrado diseño, que sirva como herramienta para fortalecer al país, para redistribuir la riqueza, para mejorar la equidad tributaria y para atraer la inversión extranjera.

Esos problemas no se arreglan con miniimpuestos.