¿Qué es la resiliencia?

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CANBERRA – La resiliencia, como el amor, es difícil de definir. Sin embargo, todos -desde el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, hasta los organismos gubernamentales, los directorios de las empresas y los grupos comunitarios- hablan de cómo construirla o mantenerla. ¿La resiliencia es así un concepto útil o solo una palabra de moda fugaz?

Para responder a esta interrogante, necesitamos empezar por otra: ¿cuánto creemos que podemos cambiar sin convertirnos en una persona diferente? ¿Cuánto puede cambiar un ecosistema, una ciudad o una empresa antes de parecer y funcionar como un tipo diferente de ecosistema, ciudad o empresa?

Todos esos son sistemas que se auto-organizan. Nuestro organismo, por ejemplo, mantiene una temperatura constante de aproximadamente 37 grados celsius. Si la temperatura del cuerpo sube, empezamos a sudar para bajarla; si la temperatura baja, los músculos vibran (tiemblan) para calentarnos. Nuestro organismo depende de informaciones negativas para seguir funcionando de la misma manera.

Esta es, esencialmente, la definición de resiliencia: la capacidad de un sistema para absorber la alteración, reorganizarse y seguir funcionando prácticamente como antes.

Sin embargo, existen límites, o umbrales, para la resiliencia de un sistema, más allá de los cuales éste adopta una manera diferente de funcionamiento -una identidad diferente-. Muchos arrecifes de corales que alguna vez albergaban una diversidad rica de peces, por ejemplo, se han vuelto ecosistemas de algas o turba con muy pocos peces.

Dos umbrales principales dictan este cambio en los arrecifes de coral. Cuantos más nutrientes ingresan al agua (que se desprenden de la tierra cercana), más beneficiadas las algas que, llegado un momento, terminan imponiéndose. De la misma manera, si se eliminan demasiados peces herbívoros, las algas adquieren una ventaja competitiva sobre los corales. Estos dos umbrales interactúan: cuando más nutrientes hay, menos pesca se necesita para que el sistema “mude” al estado de alga, y cuantos menos peces hay, menos nutrientes se necesitan.

Es más, los umbrales pueden alterarse con un cambio del medio ambiente. En el ejemplo del arrecife de coral, tanto el umbral de los nutrientes como el de los peces bajan cuando las temperaturas del agua suben y los océanos se vuelven más ácidos. Así, conforme se produce el cambio climático, los aumentos incrementales menores en los niveles de nutrientes y las caídas en la cantidad de peces harán que los arrecifes de corales se transformen en algas.

Los umbrales también existen en los sistemas sociales: pensemos en las modas pasajeras o, más seriamente, en el comportamiento vandálico de las multitudes. En los negocios, la relación deuda-ingreso es un umbral bien conocido, que puede modificarse al compás de los tipos de cambio. También se han identificado los efectos de los umbrales en la oferta de mano de obra, los servicios de transporte y otros determinantes del bienestar de las compañías.

En vista de la importancia de los efectos de los umbrales, ¿cómo se puede mantener la resiliencia de un sistema?

Para empezar, hacer que un sistema sea muy resiliente en un sentido puede hacer que pierda resiliencia en otros. De modo que debemos entender y mejorar la resiliencia general , la capacidad de un sistema para hacer frente a una variedad de sacudidas, en todos los aspectos de su funcionamiento. A partir de la investigación de una variedad de sistemas, se ha comprobado que los siguientes atributos confieren una resiliencia general:

Un alto grado de diversidad, especialmente diversidad de respuesta (diferentes maneras de hacer lo mismo, lo que muchas veces se confunde con “redundancia”).

Una estructura relativamente modular que no conecta en exceso a sus componentes.

Una marcada capacidad para responder rápidamente al cambio.

Una “apertura” significativa que permita la emigración e inmigración de todos los componentes (los sistemas cerrados se mantienen estáticos).

El mantenimiento de reservas adecuadas -por ejemplo, los bancos de semillas en los ecosistemas o la memoria en los sistemas sociales (lo que va en contra de los servicios de abastecimiento de último momento).

Estímulo de la innovación y la creatividad.

Alto capital social, particularmente confianza, liderazgo y redes sociales.

Gobernancia adaptativa (flexible, distributiva y basada en el aprendizaje).

Estos atributos incluyen los puntos esenciales de un sistema resiliente. Pero la resiliencia en sí no es ni buena ni mala. Los sistemas indeseables, como las dictaduras y los paisajes salinos, pueden ser muy resilientes. En estos casos, la resiliencia del sistema debería reducirse.

Es más, resulta imposible entender o administrar la resiliencia de un sistema sólo en una escala. Al menos deben incluirse tres -la escala focal y al menos una abajo y una arriba- ya que las conexiones entre las diferentes escalas muchas veces determinan la resiliencia a más largo plazo de un sistema.

La mayoría de las pérdidas de resiliencia son consecuencias no intencionadas de una optimización excesivamente específica (como un impulso de “eficiencia”) que no reconoce los efectos de las respuestas en la escala focal que surgen de los cambios generados por esa optimización en otra escala.

No debería confundirse resiliencia con resistencia al cambio. Por el contrario, intentar impedir el cambio y la alteración de un sistema reduce su resiliencia. Un bosque que nunca se incendia termina perdiendo especies capaces de tolerar el fuego. Los niños a los que se les prohíbe jugar en el barro crecen con sistemas inmunes comprometidos. Para generar y mantener la resiliencia es necesario indagar sus límites.

Si ya se produjo un cambio a un “mal” estado, o este cambio es inevitable e irreversible, la única opción es una transformación en un tipo diferente de sistema, una nueva manera de vivir (y de ganarse la vida). La transformabilidad y la resiliencia no son opuestos. Para que un sistema se mantenga resiliente en una escala, tal vez tengan que transformarse partes de él en otras escalas.

En Australia, por ejemplo, la cuenca de Murray-Darling no puede continuar siendo una región agrícola resiliente si todas sus partes siguen haciendo lo que están haciendo hoy.

Sencillamente no hay suficiente agua, de modo que algunas de sus partes tendrán que transformarse.

Por supuesto, la necesidad de transformación para crear o mantener resiliencia también puede afectar la escala superior: si algunos países y regiones han de mantenerse (o volverse) sistemas socio-ecológicos resilientes con un alto bienestar humano, tal vez sea necesario transformar el sistema financiero global.

La transformación requiere superar la negación, crear opciones para el cambio y respaldar la innovación y la experimentación. El apoyo financiero de los niveles superiores (gobiernos) muchas veces adopta la forma de ayuda para no cambiar (los rescates de los bancos demasiado grandes para quebrar, por ejemplo), en lugar de la ayuda para cambiar.

La resiliencia, en resumen, tiene que ver en gran medida con aprender cómo cambiar para no cambiar. La certeza es imposible. El punto es construir sistemas que sean seguros cuando fallan, no crear sistemas a prueba de fallas.

Brian Walker, investigador de la Organización Científica e Industrial del Commonwealth (CSIRO) en Australia y del Centro para la Resiliencia de Estocolmo, es presidente de la Alianza para la Resiliencia. © Project Syndicate.