Promesas incumplidas para los niños de Siria

Siria ha sufrido el que puede ser el mayor retroceso educacional de la historia

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LONDRES – Si alguna vez pierde usted fe en el poder de la esperanza, por no mencionar la importancia de no rendirse jamás, piense en la historia de Mohammed Kosha, refugiado sirio de 16 años de edad que vive en el Líbano y ha superado para sobresalir en sus estudios obstáculos que la mayoría de nosotros apenas podemos imaginar. Los líderes mundiales deberían tomar nota.

Hace cuatro años, Mohammed y su familia escaparon de su hogar en Darya, suburbio de Damasco, huyendo de los incesantes bombardeos de las fuerzas armadas sirias. Ya había perdido un año de educación primaria e ir a la escuela era sencillamente demasiado peligroso. Tras llegar al Líbano, donde vive ahora, debió perder otro año de escolaridad.

Su vida cambió cuando el gobierno libanés abrió a los refugiados las escuelas públicas del país. Las clases no solo estaban abarrotadas, sino que se realizaban en inglés, lo que significa que tuvo que aprender un nuevo idioma. Pero aprovechó la oportunidad de aprender, y se abocó de lleno a sus estudios. El mes pasado, contra todas las probabilidades, logró las segundas mejores notas del examen Brevet de educación secundaria. Y eso no es todo.

Mohammed sabe que la educación es clave para forjar un futuro mejor. En sus propias palabras, “aprender nos da esperanza”. Si los líderes mundiales tuvieran apenas una fracción de su sabiduría, todo sería muy diferente.

Ha habido algunas señales alentadoras. En un encuentro realizado en Londres en febrero, los donantes internacionales reconocieron la importancia de la educación para los refugiados y prometieron hacer que todos los niños refugiados sirios recuperaran su escolaridad para fines del 2017. Hasta se comprometieron a aportar $1.400 millones para ese fin.

Fue una promesa ambiciosa para un conjunto de menores altamente vulnerables. Hoy, cerca de un millón de refugiados sirios de entre 5 y 17 años (que representan casi la mitad del total) no pueden ir a la escuela, y la mayoría de los que sí van la abandonarán antes de comenzar la educación secundaria.

En el espacio de una sola generación en edad de escolaridad primaria, Siria ha sufrido el que puede ser el mayor retroceso educacional de la historia. Las tasas de matriculación son hoy muy inferiores a las del promedio regional del África subsahariana.

Pero hoy, apenas seis meses después, la promesa de educación para todos los refugiados está a punto de romperse, destrozando las esperanzas de millones de sirios. Se ha financiado apenas un 39% de los $662 millones en ayuda urgente para la educación solicitada para este año por las agencias de las Naciones Unidas. Y como se documentara en un informe de Theirworld publicado hace poco, solo se ha entregado una fracción de los $1.400 millones comprometidos en Londres.

Mientras la comunidad internacional elude sus responsabilidades, los países vecinos de Siria han seguido haciendo esfuerzos extraordinarios para hacer frente a la crisis. Líbano, Jordania y, en menor medida, Turquía, han abierto sus escuelas públicas a los refugiados.

Pero los sistemas educacionales de estos países, que estaban sobreexigidos ya desde antes de la crisis, no pueden manejar por sí solos la carga que ha caído sobre sus hombros.

Hoy los refugiados sirios suponen un tercio de los estudiantes públicos del Líbano. Es como si el sistema escolar primario de Estados Unidos tuviera que absorber de un día para otro a todos los niños mexicanos. Sencillamente no hay suficientes profesores, aulas ni libros de texto para proporcionar una educación decente a los niños refugiados.

Se suponía que la conferencia de febrero daría soluciones que aliviaran la carga de los vecinos de Siria. Los gobiernos de los países anfitriones hicieron su parte, preparando con tiempo sus planes de brindar educación universal a todos los niños refugiados. Tras ello, trabajaron con los donantes para desarrollar estrategias amplias para llegar a todos los menores excluidos del sistema escolar y elevar la calidad de la educación.

Sin embargo, puesto que la comunidad internacional no ha cumplido su parte del trato, los avances no solo se han detenido, sino que podrían incluso revertirse. Más de 80.000 refugiados sirios que hoy asisten a escuelas libanesas corren el riesgo de perder sus plazas.

Es imposible obviar las consecuencias humanas de la crisis educacional entre los refugiados sirios. Se pueden ver en la creciente cantidad de menores que trabajan en las cosechas en el Valle del Bekaa libanés o en fábricas de prendas de vestir en Turquía, donde medio millón de refugiados no asisten a la escuela. También se reflejan en el constante flujo de familias de refugiados que emprenden el peligroso viaje hacia Europa, con la esperanza de que allí sus niños tengan oportunidades educacionales. Sin embargo, muchos gobiernos europeos siguen invirtiendo en centros de detenciones y alambres de púas, en lugar de hacerlo en escuelas y profesores.

Hay una alternativa, pero se acaba el tiempo. El mes próximo, la ONU y Estados Unidos celebrarán otra ronda de cumbres sobre los refugiados. Esta vez los gobiernos pueden dejar de lado el reciclaje de sus promesas anteriores y la retórica rimbombante, y en lugar de ello llevar planes concretos para aportar los $1.400 millones a los que la se han comprometido.

Asimismo, la comunidad internacional tiene que replantearse la manera en que hace llegar la ayuda. La crisis siria no acabará pronto. En vez de entregarla a través de llamados humanitarios poco fiables y mal financiados, los donantes deben proporcionar sus fondos de manera predecible y calendarizada a lo largo de varios años, como lo ha hecho el Reino Unido. En términos más generales, la Unión Europea y el Banco Mundial deberían ampliar e intensificar su apoyo a la educación.

Por supuesto, que los donantes contribuyan con más fondos para la educación es solo una parte de la ecuación. Los gobiernos de los países anfitriones, con todo lo sobreexigidos que se encuentran, pueden y deben hacer más. Para comenzar, deberían esforzarse por eliminar las barreras idiomáticas que enfrentan los niños sirios, así como abordar las carencias crónicas de docentes mediante la rápida contratación de profesores sirios refugiados. Sobre todo, los gobiernos anfitriones podrían ayudar a los refugiados a tener más autonomía y seguridad en sí mismos, poniendo al día su estatus legal y ampliando su derecho a trabajar.

A fin de cuentas, para que la crisis de los refugiados tenga una respuesta plausible, debe ir respaldada por una manera más justa de repartirse la carga. Antes de dirigirse a la cumbre de la ONU el mes próximo, los gobiernos deberían examinar las promesas que hicieron en la conferencia de Londres y recordar la máxima de Nelson Mandela: “No romper jamás las promesas que se hagan a los niños”.

Kevin Watkins, director ejecutivo del Instituto de Desarrollo Exterior, es autor de un nuevo informe de la organización benéfica infantil Theirworld, “No lost generation: Holding to the promise of education for all Syrian refugees” (“Que no se pierda una generación: La necesidad de cumplir la promesa de que todos los refugiados sirios reciban educación”.) © Project Syndicate 1995–2016