Preguntas para una década de Ortega

Con Ortega, Nicaragua ha perdido una oportunidad política y económica

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En la década de los años 90 del siglo recién pasado se acuñó y popularizó la frase “década perdida” para referirse a los años 80 en que América Latina, en su conjunto, por la crisis de la deuda externa, el agotamiento del modelo de desarrollo cepalino y razones extraeconómicas, como los conflictos político-militares de varios países, la región en su conjunto en vez de crecer económicamente, retrocedió.

Por contraste, se ha llamado y también popularizado la expresión “década dorada” para referirse a la primera de este siglo, en que, jalonada por el bum del precio de las materias primas (2003-2012), la región, en su conjunto, en especial los países sudamericanos, crecieron aceleradamente.

Fracaso. ¿Cómo denominar a la década de Ortega en el poder de Nicaragua, que se cumple esta semana? No tengo dudas: “década de oportunidad perdida en lo económico y fracaso histórico en lo político”.

Vamos a sustentar esa afirmación en torno a diez preguntas, es decir una por cada año de Ortega.

Primera, ¿aprovechó Ortega su “década dorada”, en que heredó un país creciendo, sin déficit fiscal, con casi toda la deuda externa condonada, en que, además, ha habido mucho más cooperación externa neta que en cualquier otro gobierno y en que por varios años se tuvo un bum sincronizado en todos los precios de exportación y tasas de interés internacional negativas, para crecer más? No. El crecimiento económico promedio de Ortega no ha sido mayor que el de gobiernos precedentes, que no gobernaron en condiciones tan favorables.

Segunda, ¿se ha iniciado la construcción, léase bien, iniciado, no finalizado, de alguno de todos los megaproyectos con los que Ortega ha encandilado la imaginación de prosperidad en empresarios buscando oportunidades de inversión y de pobres buscando empleos? No.

El rosario de promesas incumplidas tiene más misterios que los gozosos, dolorosos y gloriosos del catecismo católico: megarrefinería “supremo sueño de Bolívar”, algodón con biotecnología de punta, cuyas motas ya vendrían del color de los jeans que se construirían con ellas, grandes proyectos hidroeléctricos, la planicie del Pacífico “bañada con riego”, canal interoceánico, etc.

Tercera, ¿ha aumentado la productividad en rubros como café, frijol, maíz, leche, carne o algún otro cultivo, con la ligera excepción de la caña de azúcar? No.

Cuarta, ¿se han reducido las pérdidas en la transmisión de energía eléctrica? No, y obviamente Nicaragua tiene la más alta tarifa de Centroamérica.

Quinta, ¿se ha reducido la vulnerabilidad financiera del seguro social (INSS), pese a haberse aumentado de manera importante la cuota patronal? No.

Sexta, ¿se ha aprovechado el “bono demográfico” con más educación y de más calidad, en circunstancias que 10 años es casi la mitad de una generación en términos demográficos? No.

Sétima, ¿se ha reducido de manera significativa y sostenible la pobreza? No. Sin las remesas, es decir pobres emigrados ayudando a pobres rezagados, la pobreza no se ha movido un milímetro.

Octava, ¿se ha reducido el despale de los bosques y protegido las cuencas hidrográficas? No.

Novena, ¿ha crecido el salario real? No.

Décima, ¿se han respetado los derechos humanos, las libertades individuales, el derecho de asociación y manifestación, la sociedad civil, la libertad de expresión, el Estado de Derecho, la competitividad electoral, incluyendo que los votos se cuenten bien, la institucionalidad del Ejército y la Policía? No. Y en un país que recién, en 1990, saliendo de la guerra civil, había iniciado por primera vez en su historia la construcción de un Estado de derecho democrático.

Conclusión. Hacia atrás, con Daniel Ortega Nicaragua ha perdido una oportunidad política y económica y ha preñado de conflictos su futuro.

El autor es abogado y economista nicaragüense.