Por una educación sin mérito

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El quinto informe sobre el Estado de la Educación, presentado a finales de agosto, dedica un capítulo a explorar, muy por encima, las desigualdades de rendimiento en el sistema educativo costarricense.

El informe señala que las desventajas por origen social de los estudiantes no se logran compensar, más bien el sistema contribuye a ampliarlas. La vulnerabilidad de estos estudiantes es mayor cuando los recursos del centro educativo son escasos y de mala calidad. Situación que se da en las zonas rurales pobres o en nocturnos académicos.

Ciertamente, faltan más estudios para entender las desigualdades en el rendimiento de los estudiantes, algo que el mismo informe reconoce.

Mi reflexión, sin embargo, apunta a los cimientos del sistema educativo actual: ¿Para quién está diseñado?, ¿para quién funciona?

Nuestros colegios fueron diseñados en el ideal de ser instituciones para la integración social, donde se forman todos los ciudadanos. Es decir, un espacio para vivir los valores de libertad, igualdad y fraternidad; donde los logros educativos sean únicamente por meritocracia: fruto del propio empeño y capacidad.

En coherencia con este ideal, el sistema evaluativo debe ser imparcial y objetivo. En pocas palabras, todos los estudiantes, independientemente de su origen, deben ser tratados bajo los mismos principios. Sin embargo, este hermoso mito liberal se nos está cayendo a pedazos.

Cuando, desde mi propia experiencia como docente e investigador del problema del abandono escolar, analizo este mito liberal, encuentro que la meritocracia funciona para un perfil de estudiante.

Perfil particular. Desde la pedagogía crítica podría argumentarse que realmente nunca el sistema fue pensado de forma imparcial y neutra, sino que responde a unos intereses concretos. Probablemente, los intereses de la mayoría que tenían acceso a la educación formal en el pasado.

Pero, en definitiva, es un reflejo de una sociedad que no es la de ahora. Siguiendo este argumento, presento a continuación el perfil del estudiante para quien el sistema educativo actual funciona muy bien.

Primero, se trata de un joven cuyos padres valoran de forma positiva el estudio. Probablemente porque terminaron exitosamente la secundaria y porque tienen estudios superiores.

Segundo, es un estudiante cuya familia cuenta con los recursos que la educación pide: pases para los transportes, la compra de materiales, utensilios, uniforme, dinero para la comida etc.

Tercero, goza de una buena salud, lo que le permite no tener que interrumpir el curso lectivo de forma significativa. Al mismo tiempo puede suponerse que sus enfermedades serán atendidas a tiempo.

Cuarto, se siente seguro en el lugar donde vive. Puede trasladarse sin temor de la casa al colegio o aprovechar los espacios de su comunidad.

Quinto, se valora positivamente, gracias al amor recibido por su familia.

Sexto, es una persona motivada para el estudio. Aprovecha la educación como una oportunidad de crecimiento personal.

Sétimo, no presenta dificultades de aprendizaje. Podrá no entender alguna que otra cosa, saldrá mejor en unas materias que en otras, pero sin compromisos en su rendimiento.

Octavo, no presenta problemas de conducta reiterativos y crecientes. Es decir, no presenta conductas que terminen por comprometer su propio proceso de aprendizaje.

Aquellos estudiantes que llenen este perfil, sin duda alguna, tendrán un paso exitoso por el sistema educativo y, además, serán reconocidos por su mérito.

En cambio, los estudiantes que no cumplen este perfil se encontrarán con un sistema que no los atiende adecuadamente: con poquísimos apoyos para quienes tienen dificultades de aprendizaje, con ayudas económicas que no siempre llegan a tiempo y a todos, con poca flexibilidad para la evaluación, con metodologías poco motivantes, con problemas de violencia, poca comunicación entre la familia y los docentes, etc.

Aun así, hay quienes piden a nuestros jóvenes que pasen por el colegio sin dejarse afectar mucho por todas estas limitaciones, y más bien salgan adelante. Sin embargo, si fracasan en el intento, ellos son los responsables. Un mecanismo que tiene el sistema educativo para no reconocer que el problema no está en las personas sino en cómo fue pensado el sistema.

Debemos dejar atrás, por tanto, el mito de la meritocracia, y abrazar el principio de la educación como derecho humano por medio de la equiparación de oportunidades.

Es decir, hay que dejar de fijarse en si alguien es capaz de ser exitoso por sí mismo (mérito), y, más bien, crear las oportunidades inclusivas para todas las personas. Esto lleva al reconocimiento de la diversidad de nuestros estudiantes y que no hay un solo camino por el que deben pasar todos, sino una meta a la que se llega por distintos caminos.

Mauricio Portillo Torres es investigador educativo.