Por un largo y solitario camino

El Dr. Williamson fue un hombre extraordinario que supo trasmitir el amor por la geriatría

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Aunque falleció hace tres años, a los 92, el legado del doctor James Williamson, primer profesor de geriatría de la prestigiosa Universidad de Edimburgo, sigue vigente. Tuve el privilegio de conocerlo en la Universidad de Pensilvania, en 1977, adonde viajó invitado por las autoridades de esta, la primera escuela de medicina estadounidense fundada por dos médicos graduados en Edimburgo.

El Dr. Williamson dictó una conferencia magistral. Asistí por mi interés en la geriatría, disciplina que en ese entonces no estaba tan bien organizada en Estados Unidos. Llevé mi grabadora de casete para registrar tan importante disertación.

Al inicio de la conferencia, activé mi grabadora y en medio de un silencio sepulcral sonó un estrepitoso concierto de música rock. No me había percatado de que el casete no estaba limpio.

Con gran sentido del humor, el conferencista expresó que eso solo podía suceder en esa parte del mundo. Apagué la grabadora y se frustró mi intención de registrar la conferencia. La anécdota nunca se le olvidó a él, ni a mí tampoco.

Finalizada la conferencia, me acerqué a disculparme y a expresarle mi interés por la geriatría. Me invitó a Edimburgo para conocer el programa y entrevistarme con su equipo académico. Viajé el mismo año, en época de Navidad. En la fiesta del hospital universitario, él se vistió de san Nicolás. Así era su grandeza como ser humano.

Médico connotado. Al año siguiente, me aceptaron para estudiar la especialidad en esa casa de estudios. Pasé varios años nutriéndome de sus grandes enseñanzas y experiencias.

El Dr. Williamson fue un gran médico, científico y educador. Publicó investigaciones que han revolucionado la atención de los adultos mayores en el mundo, como es el caso de las enfermedades no reportadas en adultos mayores, tamizaje de las enfermedades más frecuentes y el modelo de atención integral dinámico en el hospital y en la comunidad, entre otras. Los hallazgos, publicados hace más de 50 años siguen siendo referencia obligada.

Trascendió Gran Bretaña y en su tiempo fue el geriatra más connotado de Europa. Lo reclamaban las mejores universidades del mundo para integrar su equipo médico, pero se mantuvo fiel a sus raíces escocesas y permaneció en Edimburgo, aunque colaboró de cerca con otras casas de estudio.

Programas universitarios de Europa Central, Estados Unidos, Canadá, Escandinavia y Japón se beneficiaron de su extraordinaria producción científica y académica.

Professor. Se mantuvo en estrecha colaboración con las universidades de Pensilvania, Duke, Leyden y Mont Sinai, de Nueva York, donde laboró algún tiempo después de jubilado. Además, fue consultor para la Organización Mundial de la Salud. Fue nombrado professor, máxima distinción académica en Europa, que muy pocas personas alcanzan.

El Gobierno británico le otorgó la máxima distinción por sus grandes aportes científicos, Commander of the British Empire. Pero, sobre todo, fue un hombre extraordinario que supo trasmitir el amor por la geriatría e impactar en la vida de quienes tuvimos la suerte de conocerlo y trabajar bajo su guía.

Al final del Congreso Británico de Geriatría celebrado en Aberdeen, Escocia, me dijo: “Recuerde que la geriatría es un largo y solitario camino” y, con un abrazo, me despidió a mi regreso a Costa Rica. Ese largo y solitario camino lo he constatado a lo largo de mi trayectoria profesional.

El autor es director del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología.