¿Por qué persiste el Estado Islámico?

El intento de EE. UU. y sus aliados de derrocar a Asad viola la Carta de las Naciones Unidas

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NUEVA YORK – Los letales ataques terroristas en Estambul, Dacca y Bagdad demuestran el alcance criminal del Estado Islámico (EI) en Europa, el norte de África, Oriente Próximo y algunas partes de Asia. Mientras más se mantenga en sus bastiones de Siria e Irak, más matanzas de este tipo generará su red terrorista. Sin embargo, no es una organización particularmente difícil de derrotar. El problema es que hasta ahora ninguno de los Estados involucrados en Irak y Siria, entre ellos Estados Unidos y sus aliados, lo ha tratado como a su principal enemigo. Ya es hora de que lo hagan.

El EI tiene una fuerza de combatientes de pequeño tamaño, de 20.000 a 25.000 hombres en Irak y Siria y aproximadamente otros 5.000 en Libia, según lo estimado por Estados Unidos. Se trata de cifras minúsculas en comparación con el personal militar activo desplegado en Siria (125.000), Irak (271.500), Arabia Saudita (233.500), Turquía (510.600) o Irán (523.000).

A pesar de que el presidente estadounidense Barack Obama prometiera en setiembre del 2014 “socavar y finalmente destruir” al EI, Estados Unidos y sus aliados, entre ellos Arabia Saudita, Turquía e Israel (entre bastidores) se han centrado en su lugar en derrocar a Bashar al-Asad en Siria. Piénsese en la franca afirmación que hace poco hiciera el mayor general israelí Herzi Halevy (me la citó un periodista presente en un discurso donde Halevy la pronunció): “Israel no quiere que la situación en Siria se resuelva con la derrota del EI, la salida de las superpotencias de la región y la realidad de quedarse sola ante unos Hizbulá e Irán fortalecidos”.

Israel se opone al EI, pero su mayor preocupación es el apoyo que Asad recibe de Irán, y que le permite apoyar a Hizbulá y Hamás, los dos enemigos paramilitares del Estado hebreo. Por tanto, prefiere derrocar a Asad a derrotar al EI.

En el caso de Estados Unidos, guiado por los neoconservadores, la guerra en Siria es una continuación del plan de hegemonía global lanzado por el secretario de Defensa Richard Cheney y el subsecretario Paul Wolfowitz al término de la Guerra Fría. En 1991, Wolfowitz dijo al General estadounidense Wesley Clark: “Pero si algo aprendimos (de la guerra en el golfo Pérsico) es que podemos usar nuestras fuerzas militares en la región (en Oriente Próximo) y los soviéticos no nos detendrán. Tenemos entre 5 y 10 años para limpiar esos antiguos regímenes soviéticos (Siria, Irán (sic), Irak) antes de que la próxima gran superpotencia venga a desafiarnos”.

Las muchas guerras de Estados Unidos en Oriente Próximo (Afganistán, Irak, Siria, Libia y otras) han apuntado a quitar de la escena a la Unión Soviética, y luego a Rusia, y dar el poder hegemónico a Estados Unidos, han fracasado estrepitosamente en ese cometido.

Al igual que para Israel, para Arabia Saudita el objetivo principal es derribar a Asad con el fin de debilitar a Irán. Siria es parte de una amplia guerra de intermediarios entre el Irán chiita y la Arabia Saudita sunita que se desenvuelve en los campos de batalla de Siria y Yemen y en las amargas confrontaciones entre chiitas y sunitas en Baréin y otros países divididos de la región (incluida la misma Arabia Saudita).

En el caso de Turquía, el derrocamiento de Asad afianzaría su posición regional. Sin embargo, hoy enfrenta a tres enemigos en su frontera sur: a Asad, el EI y los nacionalistas kurdos. Hasta ahora, el EI ha sido una prioridad secundaria ante su urgencia en torno a Asad y los kurdos. Pero los ataques terroristas planeados por el EI en el país pueden estar cambiando eso.

También Rusia e Irán han buscado impulsar sus propios intereses regionales, mediante guerras de terceros y el apoyo a operaciones paramilitares. Sin embargo, ambos han señalado que están dispuestos a cooperar con Estados Unidos para derrotar al EI y, tal vez, solucionar otros problemas. Hasta ahora EE. UU. ha desdeñado estas ofertas porque se centra en derrocar a Asad.

Las instituciones y personeros de asuntos exteriores de Estados Unidos culpan al presidente Vladimir Putin por defender a Asad, mientras que Rusia culpa a EE. UU. por querer derrocarlo. Puede que parezcan quejas simétricas, pero no lo son.

El intento de Estados Unidos y sus aliados de derrocar a Asad viola la Carta de las Naciones Unidas, mientras que el apoyo de Rusia a Asad va en la línea del derecho de autodefensa de Siria en virtud de dicha carta. Sí, Asad es un déspota, pero la Carta de la ONU no da licencia a ningún país a elegir qué déspotas quiere derrocar.

La persistencia del EI subraya tres debilidades estratégicas de la política exterior de Estados Unidos, junto con un error táctico fatal.

Primero, la cruzada neoconservadora para lograr la hegemonía estadounidense mediante el cambio de regímenes no solo es de una sangrienta arrogancia, sino una clásica extralimitación imperialista. Ha fracasado donde sea que Estados Unidos ha intentado hacerla realidad. Siria y Libia son los últimos ejemplos.

Segundo, por largo tiempo la CIA ha armado y entrenado yihadistas sunitas a través de operaciones financiadas por Arabia Saudita. A su vez, estos yihadistas dieron origen al EI, que es una consecuencia directa, aunque no prevista, de las políticas de la CIA y sus socios sauditas.

En tercer lugar, la percepción de EE. UU. de Irán y Rusia como enemigos implacables está caduca en muchos sentidos y acaba por ser una profecía autocumplida. Es posible un reacercamiento con ambos países.

Cuarto, y ya en el aspecto táctico, ha fallado el intento de Estados Unidos de librar una guerra a dos frentes contra Asad y el EI. Siempre que Asad se ha debilitado, el vacío se ha llenado con yihadistas sunitas del EI y el Frente al-Nusra.

Asad y sus contrapartes iraquíes pueden derrotar al EI si Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita e Irán proporcionan apoyo aéreo y logístico. Sí, Asad seguiría en el poder. Sí, Rusia mantendría un aliado en Siria y, sí, Irán tendría influencia allí. Sin duda que continuarían los ataques terroristas y quizás el EI se los seguiría atribuyendo por algún tiempo, pero se eliminaría su base de operaciones en Siria e Irak.

Un resultado así no solo acabaría con el EI en el terreno de Oriente Próximo, sino que sentaría las bases para reducir las tensiones regionales en términos más generales. Estados Unidos y Rusia podrían comenzar a revertir su nueva y reciente guerra fría mediante esfuerzos conjuntos por eliminar el terrorismo yihadista. (Sería también de ayuda el compromiso de no ofrecer a Ucrania ser parte de la OTAN ni elevar la carrera de defensas misilísticas en Europa Oriental.)

Hay más. Un enfoque de cooperación para derrotar al EI daría a Arabia Saudita y Turquía una oportunidad de encontrar un modus vivendi con Irán. La seguridad de Israel mejoraría si se llevase a Irán a una relación económica y geopolítica de cooperación con Occidente, lo que a su vez aumentaría las posibilidades de un acuerdo de dos Estados con Palestina, que es un asunto pendiente desde hace mucho tiempo.

El ascenso del EI es un síntoma de las insuficiencias de la estrategia occidental, y particularmente la de Estados Unidos. Occidente puede derrotar al EI. La pregunta es si Estados Unidos emprenderá la reevaluación estratégica necesaria para tal fin.

Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible y de Política y Gestión de la Salud y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. Además es Director de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU. © Project Syndicate 1995–2016