Política y humildad

La humildad pareciera una actitud poco valorada en las sociedades occidentales

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Para el consultor y político español Antoni Gutiérrez-Rubí, la punta del iceberg de la corrupción en la gestión de los recursos y responsabilidades suele ser un reflejo de quienes conciben la autoridad política como algo basado en privilegios y no en el servicio público. La autosuficiencia, arrogancia y soberbia son déficits y actitudes más propias de los autoritarios que de los demócratas.

“Cuanto más alto estemos situados, más humildes debemos ser”, afirmaba Marco Tulio Cicerón. Desde su punto de vista, los liderazgos humildes son la respuesta a una demanda creciente de la ciudadanía que busca más ética y compromiso. Más poder ejemplar. Más auctoritas.

Las nuevas generaciones exigen la virtud de la humildad, pues están creciendo en la horizontalidad de la red, donde la jerarquía importa poco. No legitiman un modelo de liderazgo que trabaje en solitario, pues estamos más conectados e informados que antes.

El poeta León Felipe lo describió de esta manera: “No hay que llegar solos y primero, sino con todos y a tiempo”. Se impone una nueva concepción del poder, el poder blando.

Los nuevos líderes deben fundamentarse en el liderazgo compartido. Reconocer que la legitimidad ganada en las urnas debe ir acompañada de una concepción humilde en la gestión del poder.

Los cambios sociales son llevados a cabo por las instancias ejecutivas y legislativas; los de fondo son posibles con alianzas sociales, público-privadas, entre representantes y ciudadanos.

La humildad está vinculada a otras virtudes políticas, dicen los expertos, entre estas, el respeto a la ciudadanía. Una actitud básica y esencial que se ve en la integridad de quien dirige con ejemplaridad.

La humildad pareciera una actitud poco valorada en las sociedades occidentales. Estamos rodeados de mucha autocomplacencia y vanidad. De personas que no contienen sus egos ni ceden el paso.

La humildad es la base de toda buena educación. Dice un proverbio: “El orgullo precede a la destrucción y la soberbia es el prólogo de la caída”.

¿Estará el mundo atravesando esta máxima sentencia? La humildad podría ser el mejor antídoto para muchos conflictos. Su camino lleva al encuentro con la magnanimidad, virtud de grandes que se deciden por conquistar nobles ideales, como lo es construir la paz y la justicia.

La puerta a la humildad es el agradecimiento. Para ser humildes se necesita grandeza. Aunque el sueño de la paz nos supere, es siempre bueno. Deseamos para aquellos que están en la línea de fuego que cambien lo que se deba cambiar para que honren su propia promesa. Que sean magnánimos. Ojalá ese sueño no nos defraude.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.