¿Podrá Costa Rica sobrevivir?

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El Capitalismo no nació como fruto de un determinado pensamiento ideológico, sino como resultado de procesos que la misma sociedad fue formando con el afán de encontrar la manera más idónea y sencilla de satisfacer sus necesidades básicas.

Estos procesos naturales se intensificaron en la Edad Media y se fortalecieron y perfeccionaron durante la época del Renacimiento. Consistían, primordialmente, en reunirse en un lugar determinado donde vendedores y potenciales compradores se entrababan en un estire y encoge hasta llegar al precio considerado más justo de tal o cual artículo de consumo. Así nació y se desarrolló el sistema capitalista.

Si a fines del siglo XIX el "capitalismo" se convirtió en una mala palabra, fue gracias a un judío alemán, Carlos Marx, ideólogo y pensador abstracto hasta el último pelo de su enmarañada barba y abundante cabellera.

Adam Smith, al contrario de Marx, nunca fue un ideólogo sino un agudo y profundo observador de esos mecanismos naturales del mercado. En su gran obra "La riqueza de las naciones", se limitó a describir esos procesos naturales con la misma minuciosidad de un entomólogo a la hora de detallar las características de un insecto. Así como ha existido una "economía marxista" fundamentada en el pensamiento abstracto de su autor, no se puede decir lo mismo de la economía capitalista con referencia a Adam Smith.

La disolución de la Unión Soviética, el hundimiento de las economías colectivistas (marxistas) en Europa del Este y el colapso del comunismo pusieron de manifiesto el fracaso de los esfuerzos de los regímenes socialistas por reemplazar los procesos naturales de la economía de mercado con un sistema pretendidamente más justo y racional de producción y distribución de riqueza.

Entre todos los sistemas conocidos por la humanidad, el capitalista, de la mano de la democracia política, ha sido el que mejor ha preservado inviolable la esfera particular de las personas. Esta gran conquista de enorme valor ético y moral, se hizo realidad cuando los procesos anteriormente mencionados, quedaron plasmados en una serie de instituciones democráticas .

Hace 150 años no existían grandes diferencias en el nivel y calidad de vida entre América Latina y los Estados Unidos de Norteamérica. Las asombrosas tecnologías de la actualidad no habían sido inventadas; la mayor parte de trabajo agrícola se hacía a mano o utilizando el arado con animales de tiro, las carreteras se construían para transitar por ellas a caballo o en carreta y los mares aún se surcaban a velas desplegadas.

¿Por qué a partir de ese momento, hace siglo y medio, los destinos de ambas partes, Norte y Sur, del Continente Americano, parecidas en recursos naturales y número de habitantes, se fueron alejando el uno del otro de manera tan dramática hasta el extremo de ser en la actualidad la economía de los Estados Unidos varias veces mayor, que la de América Latina en su totalidad? ¿Qué grado de influencia habrá tenido en ello la ética aristocrática católica dominante en la parte sur del continente, depositaria del otro Cristo, del que nos trajeron los conquistadores españoles, con su énfasis en el desprecio por el trabajo manual, en el heroísmo, la suerte, la "figura", etc, en contraposición con la ética protestante del trabajo diligente, el cumplimiento de la palabra empeñada, la puntualidad, la regularidad y la sencillez?

Las cosas empeoraron al inicio de 1950, cuando de la mano de la desacreditada teoría de la dependencia según la cual el subdesarrollo de las naciones pobres ubicadas en la "periferia" es el subproducto de los países imperialistas situados en el "centro", se desató a todo lo largo y ancho de América Latina, incluida Costa Rica, una especie de borrachera intervencionista del Estado en todos los órdenes de la actividad humana. Si en esa época alguien no comulgaba con las "teorías revolucionarias progresistas", de inmediato las "progres" lo etiquetaban de cavernario, entreguista, pro imperialista y otros estúpidos epítetos por el estilo.

Al comienzo de los años 60 por medio de la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy, los gobiernos latinoamericanos recibieron directamente a manos llenas millones de dólares en calidad de préstamos. ¿De qué sirvieron? Pues de nada, porque lo que no se robaron lo despilfarraron en proyectos inútiles sin beneficio alguno para sus respectivos pueblos.

En Costa Rica como en la mayor parte del llamado Tercer Mundo, la ideología política predominante en los últimos 45 años ha sido precisamente la de una mayor intervención del Estado en la economía, la de sustituir las relaciones normales de producción y distribución de riqueza por organismos burocráticos que devoran los siempre escasos recursos financieros y cuyo resultado final ha sido casi siempre el fracaso económico y social de los planes de desarrollo.

Durante esos 45 años, en nuestro país se ha gobernado casi exclusivamente para satisfacer el apetito insaciable, engolosinado y egoísta de los grupos de presión organizados en detrimento del resto de la sociedad civil. Ahora, cuando parecen serias las intenciones de las autoridades por cambiar de rumbo y crear una sociedad menos obscena, libre de tanta ignominia, favoritismos, privilegios e impunidad, se alzan vociferantes esos mismos grupos con el apoyo de otros que no comprenden de la misa la media, para defender el statu quo, para que otros sigan pagando por ellos de manera que la fiesta continúe.

¿Podrá Costa Rica sobrevivir con los grupos de presión oponiéndose obtusa y suicidamente a todo cambio? Si los dirigentes del Magisterio aman tanto el diálogo, ¿por qué lo rompieron unilateralmente pocos días antes de las vacaciones de medio período? ¿Por qué todos aquellos que ahora abogan por el diálogo inclusive expresidentes, periodistas y religiosos, no les recuerdan a esos señores sus declaraciones públicas cargadas de prepotencia y soberbia en aquella ocasión? ¿Será que en este país el concepto de diálogo ya está prostituido, o será que la sociedad costarricense sufre de una aguda amnesia mental y moral?

El país se encuentra en una dramática situación de emergencia abarcando todos los ámbitos de la vida colectiva. El proceso de descomposición moral y material se ha precipitado sobre todos nosotros como una avalancha avasalladora. Si esta crisis hubiera terminado con la derrota del estado de derecho y la sin razón se hubiera impuesto, mejor habría sido entregarles de una vez por todas a los señores sindicalistas las llaves de la Asamblea Legislativa y la Casa Presidencial.