Pequeñas víctimas de la violencia

Los niños y adolescentes solo deberían estar concentrados en sus exámenes, pero no es así

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Vivimos una crisis a causa de la ola de violencia desatada en algunas localidades del país, pero que afecta a toda la población. Hago un llamado para que unamos nuestros esfuerzos, los hogares, los centros educativos, las autoridades, el gobierno, para que esta situación afecte de la menor forma posible a nuestros niños y adolescentes.

En este momento, los muchachos de quinto año de Limón, de San Carlos, de Aserrí, de los barrios del sur de San José y de muchos otros lugares, deberían estar solo concentrados en las pruebas de bachillerato que están pronto a realizar. Los otros menores deberían estar únicamente pensando en los últimos exámenes y trabajos extraclase para pasar de año. Pero no, lamentablemente, no es así.

Muchos están distraídos, están afectados, están asustados. Sus padres, también.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la violencia como un problema de salud pública por las graves consecuencias que acarrea. Y en nuestro país, la violencia se presenta cada vez con más fuerza en todas sus expresiones: la violencia autoinfligida, con el aumento en el número de suicidios; la intrafamiliar, cuya muestra son los últimos casos de feminicidios y los niños en abandono; y la social, que ha cobrado gran cantidad de vidas en las últimas semanas.

Costa Rica es hoy presa de estos tres tipos de violencia, principalmente la social, y su recrudecimiento es tal que cada vez es más común ver víctimas inocentes que por cosas del destino estuvieron en el sitio donde se dio un fuego cruzado o donde se llevó a cabo un ajuste de cuentas.

Costumbre preocupante. Pero hay algo que también me preocupa, poco a poco se va creando un clima de aceptación. Y nunca jamás podemos llegar a acostumbrarnos a la violencia, a verla como algo natural o a aceptarla como un medio para resolver conflictos o deudas.

Desde la Comisión Costarricense de Cooperación con la Unesco, hago un llamado a todas las personas para que busquemos mecanismos para sopesar este flagelo; debemos comprometernos como miembros de una comunidad que trabaja hacia una cultura de paz y no pierde las esperanzas de lograrlo.

La participación responsable, la tolerancia, la solidaridad son las banderas que debemos levantar y hacerlas guías de nuestro diario vivir. Por el contrario, ya basta de rivalidad, de intolerancia, de desamor.

La autora es presidenta de la Comisión Costarricense de Cooperación con la Unesco.