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En el suplemento Áncora del pasado primero de junio, el historiador David Díaz, director del Posgrado en Historia de la Universidad de Costa Rica, publicó un artículo sobre la huelga de brazos caídos, ocurrida en Costa Rica entre julio y agosto de 1947. Si bien se entiende que, por razones de espacio, un artículo periodístico no incluya referencias bibliográficas, siempre conviene indicar, en el texto principal y de manera breve, si el tema tratado ha sido analizado antes por otros investigadores. Tal es el caso, en particular, de la huelga de brazos caídos.

Dicho conflicto, base de una crónica dada a conocer por Roberto Fernández Durán en 1953, fue estudiado, de manera pionera, por el historiador Óscar Aguilar Bulgarelli y por el académico estadounidense John Patrick Bell. Posteriormente, otros aportes importantes fueron hechos por Manuel Rojas Bolaños, Eugenio Rodríguez Vega y María Cecilia Chacón Soto.

Los resultados de los valiosos trabajos de esos autores claramente resuenan en el artículo de Díaz, como en el caso de la expresión “queremos sangre comunista”, cuyo uso fue debidamente documentado por Bell.

Además, Díaz dejó de lado aspectos importantes resaltados por esos investigadores, como la existencia dentro de la oposición al gobierno de Teodoro Picado (1944-1948) de sectores moderados y de línea dura (estos últimos claramente interesados en polarizar el conflicto político).

De hecho, los jóvenes oposicionistas de Cartago que promovían la violencia, a los que Díaz presenta simplemente como integrantes de bandas (con lo que les da una connotación “pandillesca”), pertenecían, según Bell, a células organizadas del Partido Social Demócrata.

En fin, reconocer las contribuciones realizadas por las generaciones anteriores de estudiosos, tanto en términos del aporte documental como analítico, siempre es un paso indispensable para avanzar en la construcción y difusión de un conocimiento histórico renovado.