Pasajeros en los balcones y gradas de los trenes

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De largo parecía un tren de la India. Solo faltaba que los pasajeros viajaran en el techo, como ocurre en ese país. De cerca, se reconocía al convoy del Incofer, a su paso por Santa Rosa de Santo Domingo: iban hombres y mujeres, codo a codo, en el balcón y en las gradas, y cada quien se agarraba como podía para no caer. Esa fotografía de portada en La Nación , el sábado, impacta, porque esas personas en camino a sus trabajos estaban al borde de una desgracia.

Un frenazo, un choque o un descarrilamiento... ¡mejor no imaginar! Esa imagen que se repite a diario debe empujar al Incofer, al Gobierno, a actuar pronto para evitar una tragedia. Pronto es poner más trenes en servicio; pronto es aclarar cómo aplicar con celeridad la ley aprobada por los diputados para permitir al Instituto Costarricense de Ferrocarriles endeudarse por $400 millones para invertirlos en el tren.

Estudios, ni uno más, por favor. Desde 1974 hasta ahora se han hecho 42 para modernizar el ferrocarril y todos se descarrilaron. Es más, el último, contratado por $300.000 a un estadounidense, está en camino y los pasajeros no pueden esperar más diagnósticos.

El tren, con locomotoras de 40 o más años; con vagones de museo y con “coches locomotora” de segunda mano, como los Apolo españoles, ha dado pruebas más que suficientes de que es el transporte ideal para llevar a cientos de personas, en menos tiempo, y sin presas, de un punto a otro. Si en esas condiciones mueve 4 millones de personas al año, más, con gusto, lo usarían si las líneas, los horarios y las unidades fueran de primer mundo.

En ese sentido, los trenes del Incofer se han convertido en una necesidad para escapar del congestionamiento y en un motor de la economía, porque, entre más ágil sea su servicio, mayor será la productividad.

De ahí que el presidente del Incofer debe ser claro en lo que ofrecerá en los dos años que le quedan. Guillermo Santana ha viajado por EE. UU., Suiza, República Checa, Argentina y otros países para conocer sus trenes. Es prioritario que ya aterrice las ideas y comience a ejecutarlas porque el tiempo se agota y, cada día, son más personas en riesgo. Es más, el mayor peligro sería que esa forma temeraria de viajar apretujados en balcones y gradas se nos haga como la cosa más común del mundo.

El autor es jefe de Redacción en La Nación.