Partidos y clase política

El pueblo no rechaza a los buenos políticos, sino a los corruptos

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Es un secreto a voces que, sobre todo, aunque no únicamente en Latinoamérica, "la percepción popular sobre el desempeño de los partidos es negativa y esta se extiende a las instituciones donde estos actúan: los parlamentos. En la década actual, la ineficacia de los gobiernos en actuar dentro de los marcos legalmente establecidos, junto con el desprestigio del político profesional, coadyuva a la aparición de la antipolítica como forma de operar". En estos términos los compiladores de esta nueva importante obra (Instituto Interamericano de Derechos Humanos y Centro de Asesoría y Promoción Electoral - PARTIDOS Y CLASE POLITICA EN AMERICA LATINA EN LOS 90- San José, 1995 -pags. XXI- 684) resumen la relación en que se hallan, las organizaciones políticas de la democracia, y las masas de los ciudadanos que -salvo al momento de votar- "no hacen política".

Puntualizan Carina Perelli y Daniel Zovatto que el proceso de "redemocratización" de América Latina, pese al haberse presentado como uno de los fenómenos más peculiares de los últimos años, se ha visto y se ve, en la actualidad, notablemente amenazado: los parlamentos, la clase política en general y las organizaciones partidarias tienen muy bajo prestigio. "Si se mantiene el proceso de crecimiento de la antipolítica" advierten los autores, "el tiempo de la intermediación partidaria habrá pasado". Lo cual equivale a decir que, menguada y hasta hecha inútil su función, tenderían los partidos a desaparecer. Pero con ellos podría desaparecer la democracia misma, puesto que "por el momento no se ha encontrado una forma adecuada de fortalecer la democracia que prescinda de los partidos".

Justísimo. Pero quizás lo que valdría la pena discutir no sea la sobrevivencia o la desaparición de los partidos --e incluso de la misma democracia, que no es sino la concreta forma de gobierno que actualmente tiene vigencia en gran parte del mundo, como antaño la tuvieron la teocracia, el feudalismo, el absolutismo monárquico etc.-- sino su cabalidad moral. ¿De qué se queja al fin y al cabo el ciudadano común y corriente? Y por qué ha entrado en crisis "el partido" en la consideración de los ciudadanos? No se quejan ellos de que existan los partidos, sino de la manera en que actúan sus hombres más connotados; de la profunda inmoralidad de gran parte de sus exponentes; se quejan al ver el privado interés antepuesto al bienestar público, las prevaricaciones, las actuaciones indebidas, los ilícitos enriquecimientos, la corrupción imperante, el proceder mafioso. De ahí que no sea una reforma de estructuras jurídicas o económicas la que hace falta, sino una reforma moral. Aunque se haya intensificado con el transcurrir de los años, no es este un problema de hoy únicamente.

En el estupendo discurso pronunciado en 1882, con motivo de la muerte de Garibaldi que en otra oportunidad he mencionado, Carducci subrayaba como en la Grecia homérica, alrededor de las piras en las que se consumían los cuerpos de los héroes, vagaban sus compañeros de armas, echando en las hogueras lo que más querían: unos sacrificaban los caballos, otros a los esclavos, otros llegaban a inmolarse a sí mismos. Al igual que el poeta, los ciudadanos de a pie, los anónimos que llenamos las calles (y que, en San José, caemos en sus huecos), queremos que los partidos vivan, porque son la razón misma de la libertad, pero nos gustaría que todos y cada uno de ellos sacrificara en la hoguera de los héroes no las cosas que más quieren, sino las que tienen mezquinas y condenables. No creo que con distintas palabras pueda definirse esta ausencia de valores morales, de hombría de bien que conduce a la actuación, frecuentemente delictiva, de muchos dirigentes de partidos políticos. "A los gobiernos" nos recuerda Daniel Zovatto en el prólogo que ha redactado junto con Carina Perello, "les resulta dificultoso ejercer su mandato de acuerdo con las reglas constitucionales y legales preestablecidas. La imposición de políticas económicas que suponen restricción de gastos gubernamentales y el retiro del Estado del área de promoción social, no son medidas de aceptación popular". De acuerdo. Pero tampoco son "de aceptación popular" --y minan la democracia en sus mismos cimientos básicos-- los escándalos que, en algunos países, han llevado a los tribunales, a las cárceles, a la fuga una parte considerable de sus ministros, sus altos funcionarios, sus diputados, en suma, de su clase dirigente. Es más: las "políticas económicas impuestas y el retiro del Estado del área de promoción social" serían seguramente recibidas con menor disconformidad por los ciudadanos que sufren las consecuencias de tales medidas si por lo menos tuviesen ellos la seguridad de que sus sacrificios, pese a las promesas electorales siempre renovados, no fueran a beneficiar a determinados políticos, contra todo derecho y legitimidad.

El enjundioso volumen que, con la colaboración de la AID nos presentan el IIDH y CAPEL, reúne en sus páginas la "fine fleur" de los politólogos americanos de hoy: nos alargaríamos demasiado en mencionarlos todos. La obra está articulada en diez partes en las que se analizan las relaciones de los partidos con la democracia, los medios de comunicaciones y los organismos electorales; las tentaciones totalitarias, la gobernabilidad. La tratación de cada tema está a cargo de afamados especialistas: más de veinte páginas de "aggiornata", insustituible bibliografía asesoran al lector: la presentación gráfica es de lo más agradable y elegante. En fin, todo un éxito. Hay que agradecer al IIDH y a su director adjunto Daniel Zovatto, a Sonia Picado, a Carina Perelli, compiladores del volumen, el notable servicio que acaban de rendir a la cultura política americana.