Partidos políticos en venta

Se han convertido en franquicias que se compran y venden al mejor postor

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Los partidos políticos, históricamente, han sido la forma en la cual los ciudadanos se agrupan con el fin de competir por el poder público. En buena teoría, sus integrantes comparten ideas y visiones similares que los conjuntan y los llevan a organizarse para participar en los procesos democráticos.

Empero, con el tiempo, la lealtad partidaria se ha visto prácticamente erosionada. Son ahora pocos los costarricenses que tienen una preferencia constante y definida sobre estos. Las campañas electorales se centran ahora en el candidato, dejando de lado la figura del partido y mucho más la de su programa de gobierno.

Y no era para menos, los partidos políticos son la institución peor evaluada, con apenas un 4,97% de apoyo, según la más reciente encuesta del CIEP de la UCR.

Esta situación preocupa. En nuestro país los partidos políticos son las únicas organizaciones legalmente habilitadas para presentar candidaturas y participar en las elecciones, viendo muchos políticos en ellos simples vehículos accesorios para alcanzar el poder.

Mercancía. En Costa Rica, los síntomas de lo anterior son más que manifiestos, los partidos políticos se están convirtiendo en franquicias que se compran y venden al mejor postor. Un negocio en sí mismo independientemente de los resultados, lujosos carruajes al poder y el mecanismo idóneo para lucrar con el financiamiento estatal o privado. Modus vivendi de ciertos sempiternos personajes, que rehúsan abandonar la política nacional.

Asimismo, fuimos testigos de cómo recientemente rumores fueron y vinieron sobre cuál tienda acogería las aspiraciones presidenciales de un polémico abogado. Resultó atractivo a diferentes agrupaciones miniaturas aprovecharse de su popularidad, como una oportunidad para dar el brinco a las grandes ligas de la política nacional y ¿por qué no? agenciarse curules en el legislativo.

El fenómeno acontece también en las elecciones municipales, con candidatos que cambiaron de colores partidarios como si de ropa interior se tratara, o bien que fundan de forma sui generis sus propias agrupaciones para postularse o mantenerse en un determinado cargo.

De esta volatilidad partidaria tampoco escapa la Asamblea Legislativa, en la cual el transfuguismo es cosa de todos los días. Varios diputados que llegaron al Parlamento, posteriormente renunciaron a su agrupación. Adquiriendo como premios independencia y privilegios casi similares a los de un jefe de fracción.

Replantamiento. Es momento de replantearse el rol de los partidos políticos en la vida democrática de nuestro país.

De ser simples instrumentos, ellos no tendrían razón de ser, y no habría mucha diferencia con las candidaturas independientes, que ya se utilizan sin mucho éxito en otros países.

Ahora bien, si queremos partidos fuertes y activos, que busquen la integración de la ciudadanía en los asuntos públicos, debemos repensarlos.

La solución democrática no está en destruirlos, sino en fortalecerlos. Es necesario que recuperen la confianza de la ciudadanía, institucionalizándose, formando nuevos cuadros y volviéndose muchos más inclusivos y transparentes. De no hacerlo, cada víspera electoral veremos como las subastas de candidatos y partidos serán más comunes, desvirtuando la razón inicial de su existencia y condenándolos a una no muy lejana desaparición.

El autor es politólogo.