Para ser relevante, la OEA necesita una actualización

El principio guía de una nueva OEA debe ser el de celebrar elecciones libres, justas, observadas y transparentes

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La resolución aprobada el miércoles 3 de abril por el Consejo Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) solo viene a confirmar que el organismo regional se ha quedado sin capacidad para enfrentar las amenazas que las dictaduras castrista, chavista y orteguista representan para la región.

Para que el organismo pueda enfrentar las dictaduras, será necesaria una actualización, como se dice ahora de las aplicaciones que andamos en nuestros celulares cuando se han vuelto obsoletas.

La más reciente resolución sobre Nicaragua plantea con claridad cómo los regímenes autoritarios, en este caso la dictadura orteguista, se hacen con el poder: un desmantelamiento de las estructuras cívicas, un grave deterioro de las instituciones y poderes esenciales de un Estado de derecho y la violación sistemática y persistente de los derechos humanos.

Lo que no ofrece el Consejo Permanente es una solución. Solo hace un “llamamiento a los Estados miembros para que hagan todo lo posible por alentar a las autoridades de Nicaragua a emprender un diálogo al más alto nivel”. No es solución cuando el problema lleva ya “seis años consecutivos”.

Por la inmediata respuesta de la “copresidenta” y vocera del régimen, Rosario Murillo, que llamó a la organización “estercolero de la historia”, no solo no hay solución, sino tampoco preocupación de parte de la dictadura.

Atada de manos

La OEA se fundó en 1948 a la sombra de un Estados Unidos que salía victorioso de la Segunda Guerra Mundial; como el poder hegemónico en el mundo unipolar que surgió cuando se despejó el humo de aquella gran conflagración, empezó a poner orden según sus intereses.

La Guerra Fría asomaba ya su no tan gélido rostro, y Estados Unidos quería asegurarse de que el hemisferio siguiera siendo su “espacio vital”. La Guerra Fría terminó en 1989, y esta vez no resultó un mundo unipolar, sino uno multipolar, con muchos poderes, pero en el mismo bando.

Las democracias liberales capitalistas habían triunfado sobre las autocracias comunistas. En ese nuevo teatro, la OEA tuvo una primera actualización, una versión 2.0, para seguir con la analogía. En setiembre del 2001 aprobó la Carta Democrática Interamericana.

Si la democracia había triunfado, había que cuidarla en el hemisferio. Para ello, la Carta habla de gobernabilidad democrática, orden constitucional, elecciones libres, pluralismo, derechos humanos, desarrollo, transparencia, solidaridad y cooperación. Sin embargo, esa actualización nació con un error, un bug le llaman los desarrolladores de aplicaciones.

Ese bug es el dañino principio de “no intervención” para respetar “la autodeterminación de los pueblos”. Ese bug ata las manos del organismo, hace todos los otros puntos anteriores imposibles de aplicar. Y, para colmo, la Carta tampoco dio al organismo ninguna herramienta coercitiva.

En un mundo multipolar, donde las democracias liberales capitalistas tenían el control, era concebible imaginar que un gobierno que intentara salirse se alineara rápidamente con diálogo, presión diplomática y sanciones económicas. Si se resistía, se aislaba al régimen díscolo y este, más temprano que tarde, volvía al redil.

Situación real y caótica

Pero todo cambia. Ese mundo multipolar empezó a evolucionar, o involucionar, casi desde el primer día, y sin darnos cuenta, hoy el mundo se divide en dos polos.

Uso “sin darnos cuenta” no solo como un recurso retórico, la verdad es que las democracias liberales capitalistas parecen no darse cuenta de la situación actual.

El poderoso eje autocrático lo conforman Pekín, Moscú y Teherán, con Corea del Norte, Bielorrusia, Cuba, Venezuela y Nicaragua entre sus principales adláteres. En el teatro de la guerra en Ucrania, podemos ver en directo cómo este eje funciona casi a la perfección, pero no solo allí, en Oriente Próximo también y quizás, pronto, en el Estrecho de Taiwán.

Como parte de un polo que ya está en pie de guerra, a Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no les intimidan “enérgicos” comunicados ni llamados al diálogo.

Si el organismo desea ser relevante, debe tener una actualización 3.0 acorde con la nueva realidad y deshacerse del bug. El eje autocrático y sus adláteres en la región son una amenaza desestabilizadora para todos. Colombia, Costa Rica, Panamá e incluso Chile están sufriendo las consecuencias del éxodo masivo de ciudadanos que provocan esas dictaduras.

Ortega ha ido más allá. No solo desestabiliza mediante la expulsión de sus propios ciudadanos, sino también ha convertido al país en un trampolín para el paso de migración ilegal hacia Estados Unidos.

Cientos de miles de personas de África, la India y países de Asia central (de la antigua Unión Soviética) han pasado libremente por Nicaragua rumbo hacia el norte. Ortega ya está en guerra y ha estado golpeando fuerte a Estados Unidos, exacerbando una crisis de alta sensibilidad para los norteamericanos.

Una nueva OEA

Por eso, la mampara de la no intervención por la autodeterminación de los pueblos no puede ser usada impunemente para proteger al autoritarismo, al narcotráfico, el terrorismo, el tráfico de personas y la influencia cada vez más grande en la región de China, Rusia e Irán.

La OEA debe desatarse las manos y afilarse los colmillos, desechar el obsoleto principio de no intervención; de todas maneras, los pueblos que están bajo el yugo de esas dictaduras no gozan de ninguna autodeterminación.

El principio guía de una nueva OEA debe ser el de celebrar elecciones libres, justas, observadas y transparentes. Ese principio será primus inter pares, de ahí derivarán el resto de los principios que enumera la Carta Democrática del 2001. Quien se aparte de ello debe ser tratado como la amenaza desestabilizadora que es.

Es eso o hundirse en la irrelevancia, limitándose a tener reuniones cada cierto tiempo donde lo más fuerte que vamos a escuchar es lo que dijo a Ortega el embajador de Uruguay: “Lo vamos a observar, mirar, escrutar”. Y nada más.

El autor es editor jefe de La Prensa de Nicaragua.