Padura y Lucía: unión entrañable

La función de las dedicatorias al inicio de un texto es evidenciar una relación afectiva

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En momentos en que el laureado escritor cubano Leonardo Padura visita Costa Rica, y estando en manos de sus lectores muchas de sus novelas, interesa recorrer y conocer lo significativo que resultan las dedicatorias que en ellas aparecen y que –por lo que narran– no deben pasar inadvertidas.

Se trata de lo siguiente: dedicar un libro es una decisión inseparable de experiencias, deseos, pasiones y vida de quien escribe. Es una decisión relevante y pensada. Tan importante ha sido el tema, que el crítico francés Gerard Genette le dedica a las dedicatorias buena parte de su estudio titulado Seuils (Umbrales; 1987). Genette hace historia y plantea cómo los orígenes de las dedicatorias se remontan a la Roma antigua y cómo, desde ese entonces y hasta inicios del siglo XIX, estuvieron relacionadas con mecenazgos, intereses de protección, afinidad ideológica, entre otras variables.

Entrado el siglo XIX, van desapareciendo aquellas relaciones interesadas o de compromiso, y las dedicatorias, colocadas generalmente en el “umbral” de un texto y antes de los epígrafes, si los hubiere, se convierten en enunciados autónomos.

Dice también Genette que: “No se puede mencionar, en el umbral de una obra, a una persona como destinatario privilegiado, sin recordar, de alguna manera, cómo otrora el aedo invocó a la musa, lo cual implica una forma de inspiración ideal”.

Relación afectiva. Así, en la actualidad, la función de las dedicatorias al inicio de un texto es evidenciar una relación afectiva, amorosa, intelectual, solidaria, fraternal...

Al leer el encadenamiento que en forma significativa se da en la secuencia de las dedicatorias de las novelas de Padura a las que tuvimos acceso, (todas de Tusquets Editores) queda muy claro que su musa, la musa que lo ha inspirado y acompañado en su larga trayectoria literaria, ha sido su esposa Lucía.

Baste, por lo tanto, un recorrido por los contenidos de esos textos autónomos, para conocer, y también sentir, el amor, solidaridad, entrega y demás... que sale de las entrañas de estos cortos mensajes que ilustran y recrean la profundidad de una unión entrañable.

En 1997, en la dedicatoria de la novela Máscaras, se lee: “Otra vez y más, y como debe ser: para ti, Lucía", aparecida en una de sus novelas iniciales implica su “deber ser” en tanto permanente agradecimiento a su musa Lucía. Un año después, 1998, en Paisaje de otoño, luego de una mención a algunas amistades, escribe: “Y, afortunadamente, para ti, Lucía”.

En el 2000, en Pasado perfecto, retoma el tema: “Para Lucía, con amor y escualidez”. En La novela de mi vida (2001) escribe una dedicatoria un poco más extensa: “A mi padre, maestro masón, grado 33, y con él, a todos los masones cubanos. A Lucía, por lo mismo de siempre”.

En el 2005, publica La neblina del ayer, con la siguiente dedicatoria: “Una vez más y como debe ser: para Lucía, con amor y....”, que recuerda su primera dedicatoria en relación con el “deber ser” que lo define desde sus dedicatorias iniciales.

Adiós, Hemingway, publicada en el 2006, continúa con la tradición: “Esta novela, como las ya venidas y creo que todas las por venir, es para Lucía, con amor y escualidez”, en un nuevo reconocimiento a la permanencia de la inspiración de su musa.

Todavía, Lucía. En el 2009 se publica su obra más conocida, El hombre que amaba a los perros, con un mensaje harto significativo: “Treinta años después, todavía, para Lucía”. En el 2011, en La cola de la serpiente tenemos: “A Lucía, que me entiende incluso cuando hablo en chino”, donde irónicamente alude a la locación de la novela, el barrio chino de La Habana. En Herejes, publicada en el 2013, encontramos lo siguiente: “Otra vez para Lucía, la jefa de la tribu”.

En el 2015, En Aquello estaba deseando ocurrir, reitera la inspiración de su musa: “Como siempre para Lucía, que vio crecer este libro. Y también para los amigos, que sufrieron cuento a cuento”.

Rasgos biográficos. Las dedicatorias no son gratuitas, y al seguirles la pista surgen testimonios autobiográficos de quien escribe. Por ello vale recordar cuando Ana María Matute, Premio Cervantes de Literatura, al referirse al tema de la presencia o no presencia de rasgos autobiográficos en su obra, dijo lo siguiente: “Aunque no haya escrito nunca una novela autobiográfica, estoy en sus páginas”.

Extendiendo la opinión de Matute, y asumiendo las dedicatorias de Padura como textos autónomos que narran una historia, el rastro autobiográfico es explícito en tanto el escritor incorpora una experiencia vital: un reconocimiento imperecedero al lazo inalterable que lo une a su esposa, su musa desde siempre.

La Academia Costarricense de la Lengua y su Asociación de Amigos juntaron esfuerzos y entusiasmo para hacer posible la visita de este gran escritor. Leer su obra será un disfrute para los buenos lectores. Todas las actividades académicas que se llevarán a cabo estarán abiertas al público.

La autora es filóloga.