Pacto de ocho años

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Si nuestros políticos de verdad quieren a Costa Rica, deben rubricar un pacto de emergencia que reúna esfuerzos para sacar al país del atolladero en que todos, por acción u omisión, lo hemos metido.

Costa Rica está en tan grave situación que toda perorata politiquera y divisionista resulta reprochable pues solo prueba inconsciencia y desconocimiento de la realidad nacional.

Creo factible que los partidos políticos representados en la Asamblea Legislativa firmen un pacto de ocho años, que dé muestras claras al electorado de que hay madurez, voluntad y patriotismo.

Se trata de definir proyectos impostergables y comprometerse a ejecutarlos en el transcurso de dos administraciones consecutivas, sin importar quién gane los comicios.

Por mucho que se haga énfasis en las diferencias ideológicas y programáticas entre las distintas agrupaciones políticas, lo cierto es que los grandes problemas nacionales son visiles para todos desde cualquier posición en que estemos.

Y pongo solo un ejemplo, posiblemente el menos polémico: el vergonzoso estado de la infraestructura vial en el país.

La denominada clase política necesita reivindicarse tras décadas de malgastar el caudal institucional democrático amasado por generaciones y generaciones de costarricenses que, pese a los tropezones, tuvieron claro siempre el propósito de fortalecer la República y heredarnos una patria mejor.

Los cabecillas de los partidos deben entender que ninguna fuerza política podrá por sí sola enderezar el rumbo, y, por ello, no se librará, si llega a ejercer el gobierno, de caer en el desprestigio ante los ciudadanos apenas comience su gestión.

Es imperativo reparar y echar a andar la maquinaria del Estado en pro de un mejoramiento tangible de la vida de los costarricenses en todos los ámbitos y, sobre todo, en pro de recobrar la confianza en nuestro sistema democrático.

Ya hubo algunas muestras aisladas de humildad y patriotismo en el pasado, como las de José María Figueres Olsen y Rafael Ángel Calderón Fournier, de diputados del PUSC ante el Gobierno de Laura Chinchilla, y de Ottón Solís ante esta misma administración.

Pero se necesita una voluntad colectiva para dejar de machacar en las diferencias particulares y coincidir en la búsqueda de soluciones para todos.