‘Nullius in verba’: 300 años de masonería

La masonería ha impulsado como pocos el proyecto democrático en el mundo

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El pasado 24 de junio se cumplieron 300 años de la fundación formal de la masonería en Inglaterra (y por tanto en el mundo), y digo formal porque el fenómeno masónico es muy anterior a su institucionaliza-ción y puede uno remitirse, como lo han hecho los historiadores, incluso a la Edad Media tardía, al periodo de la construcción de las grandes catedrales, con su jerarquía de oficios. La palabra misma “masón” es la adaptación del término francés para albañil.

El nombre nos pone sobre una ruta segura, entre la cantidad de maleza advenediza, prejuicios, incomprensiones, fantasías, mentiras y demás que obstaculizan el camino de quien quiera saber sobre la organización, sus características, sus linajes y su historia. El camino cierto nos lleva a entender que la masonería tiene que ver con la construcción; esta es su palabra clave, su metáfora central. ¿Construcción de qué?, se preguntará el lector. Y la respuesta será: de una mejor persona, de una mejor sociedad, de un mundo mejor.

Aunque estas ideas de mejoramiento individual y colectivo nos resulten sospechosas en estos tiempos de relativismo cultural y de cinismo extendido, no lo han sido ni lo son para esa masonería que se consolidó institucionalmente en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, del cambio social, de la Revolución francesa, de la Carta de los Derechos Humanos. En este sentido, masonería e Ilustración en alguna medida se fusionaron, por lo menos en lo que respecta a los asuntos sociales y políticos. En filosofía, la primera no se quedó en un racionalismo inmanente, como la segunda, aunque le dé su lugar, pues entendió el lugar crucial del símbolo y de la imaginación.

Promoción. Llamativamente, la masonería, que no es democrática en su estructura, ha impulsado como pocos el proyecto democrático en el mundo: mencioné la Revolución francesa, falta citar, entre otros procesos, las independencias norteamericana y latinoamericana, las reformas liberales del siglo XIX que promovieron educación, secularización y republicanismo, con resultados desiguales en cada país y región. También Costa Rica tuvo su cuota de renovación impulsada por masones en la segunda mitad del siglo antepasado, cuya cauda llegó hasta la primera mitad del siglo XX con los aportes de la masonería mixta, cuando la antorcha reformista fue compartida con el socialismo y afines.

Su consolidación en un siglo absolutista y monárquico explica buena parte de sus rasgos, sobre todo su secretismo y su segregación sexual, que no admite mujeres en sus grupos más ortodoxos. Si no hubiera sido así, la corona y el púlpito la habrían destruido. Hoy, la masonería ya no es secreta sino discreta, o más bien: el secreto queda restringido al lenguaje simbólico en que ella habita en su nivel más íntimo, y que cada uno de sus miembros debe develar por sí mismo. En cuanto a la inclusión femenina, es una papa caliente que ni los albos guantes masónicos logran evitar.

Base espiritual. Esto nos lleva a otro punto. La masonería no se restringe al cambio social, a la filantropía, al laicismo, al mejoramiento externo. Todo esto se sostiene sobre una base espiritual de tipo no dogmático, simbólico, iniciático, y, en el buen sentido del término, esotérico, aunque a muchos les disguste esta palabra, debido al abaratamiento que ha padecido. Sin este ingrediente último (y primordial) la masonería no sería más que un buen club filosófico y político, exitoso en términos de su acción histórica durante sus dos primeros siglos de vida, con cierta decadencia en el último, lo que la enfrenta a nuevos desafíos en estos tiempos posmodernos.

Se impone entonces apelar a ese corazón oculto, encarnado en el alquímico Vitriol del gabinete de reflexiones: visita el interior de la tierra y, rectificando, encontrarás la piedra oculta de la sabiduría. Se requiere pues de su reinvención dentro de la tradición si quiere seguir viva y sana, y no como un museo lleno de momias ideológicas, danzando rituales en el pavimento ajedrezado sobre un tesoro escondido.

Nullius in verba, escribió Horacio: Nullius addictus iurare in verba magistri, / quo me cumque rapit tempestas, deferor hospes (“No me vi obligado a jurar por las palabras de maestro alguno, / me dejo llevar como huésped de paso a donde me arrebata la tempestad”). Esas palabras horacianas en buena medida resumen la trayectoria masónica y su reto actual: no es la autoridad per se la que sostiene la búsqueda, ni su repetición ni su brillo, sino la tempestad del conocimiento superior la que hace volar alto al masón.

El autor es escritor.