Nuestros puntos ciegos

La sociedad moderna necesita tomar conciencia de la significación de la congruencia ética

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Los llamados “puntos ciegos” están relacionados con comportamientos que reflejan una conducta ética, ya sea en la esfera personal o en la profesional.

Max H. Bazerman, profesor de Negociación en la Escuela de Negocios de Harvard, y Ann E. Tenbrunsel, profesora de Ética Corporativa en la Universidad de Notre Dame, tratan sobre este tema en su libro Puntos ciegos.

Ambos estudiaron el comportamiento de las personas frente a los dilemas éticos. Mencionan que existe una brecha significativa entre una conducta ética deseable y la real. Entre lo que es recto o justo hacer y lo que finalmente se realiza.

Mediante una serie de estudios cuantitativos llevados a cabo en el 2011, descubrieron que las personas empiezan a tener lo que denominan una conciencia delimitada. Una conciencia que tiene acotamientos para captar realidades concernientes a su propio comportamiento o situaciones que pasan a su alrededor.

La gente juzga distinto el propio ser de como juzga a los demás. Critican conductas, pero no las ven mal si ellos mismos las realizan. Se ensombrece el propio juicio moral cuando algo no conviene a sus intereses. Esta delimitación puede convertirse en una pérdida o negación de la realidad.

Ello me lleva a la virtud de la congruencia. Un asunto esencial para la sociedad moderna y para su futuro. Congruencia viene del latín congruentia, que significa correspondencia con la razón o relación lógica.

Se plasma en una persona cuando sus pensamientos, palabras y acciones se corresponden. Como dice un refrán: “Quien no vive como piensa acaba pensando como vive”.

Ser congruente es fundamental para la persona. Cuando falla, la persona “se fractura”. Ser coherente exige esfuerzo. Exige una askesis, palabra griega referente al entrenamiento de los atletas, que Platón aplicó al ámbito de la moral. Luego se relacionará a los ejercicios militares del Imperio romano.

El esfuerzo y la “tensión” son necesarios para alcanzar lo que el filósofo Alejandro Llano describe como una vida lograda. Una vida plena. Una vida que alcanza sus fines.

La clave del éxito consiste fundamentalmente en actuar bien. “Una vida malograda es una existencia herida y dispersa, que ha perdido el norte y la esperanza de recuperarlo”, subraya Llano.

Para este filósofo, tales personas no fracasan en cualquier aspecto; fracasan en sí mismas. Cuando el ser humano no es coherente, aunque tenga muchos medios económicos a su disposición, al final del camino cosechará una derrota interior, afirma.

Un impacto en la incoherencia es la pérdida de identidad. Un “yo virtual” muchas veces narcisista, que vemos dentro y fuera de las redes sociales, y el “yo auténtico”.

Dichas incongruencias están llevando a un aumento significativo en padecimientos como depresión y adicciones. Cuando no hay congruencia en las personas, no la tendremos en la sociedad.

La contradicción conduce a un impacto esencial: la pérdida de confianza. Sin confianza, las sociedades no crecen. Por más indicadores económicos positivos que se nos presenten.

Otro efecto de la falta de congruencia es la corrupción que desemboca en la destrucción y el colapso. A una muerte anunciada.

Se dice que la familiaridad con un comportamiento incoherente alimenta su propia credibilidad. Es difícil de desarraigar. Qué necesario es recuperar la congruencia, es un eje en la vida de cada uno de nosotros. El resto son salidas falsas.

De nuestra coherencia depende la próxima generación. Depende que la sociedad encuentre respuestas en este momento histórico de disolución por el que estamos atravesando.

Quizás sería un acto de justicia y de prudencia conocer nuestros puntos ciegos. La prudencia supone también dejarse ayudar. Implica tener humildad.

Hay aspectos sobre nosotros mismos que no conocemos y otros que sí se ven. Aquí, media algo profundo: nuestra rectitud de intención. Nuestra nobleza. Es prudente reconocer y aceptar nuestros defectos y errores.

Ser conscientes nos alejará de la hipocresía y del doble rasero. De bifronte y el fin justifica los medios. Pero ¿a qué precio? Procuremos no ser víctimas de nuestros propios puntos ciegos.

hf@eecr.net

La autora es administradora de negocios.