Nuestro tiempo

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Joan Manuel Serrat canta que no hay otro tiempo que el que nos ha tocao (sic), y es que, en efecto, nadie escoge el cuándo, dónde y el cómo nacer. Es un hecho consumado: de repente estamos aquí, en una realidad que otras personas (que tampoco fueron consultadas) han tratado de construir a partir de acuerdos sociales que se van gestando en cada cultura.

Lo cierto es que nuestro tiempo es limitado y, además, se gasta muy rápidamente. De niños, tenemos la sensación de que la vida es inagotable, pero en un santiamén hemos abandonado esa burbuja protectora y hemos sido lanzados a lo que realmente existe allá afuera… ya nadie nos sonríe nuestras gracias porque somos adultos, nuestros juguetes se añejan en los roperos o sirven de entretenimiento a las nuevas generaciones.

Nos integramos al anonimato de las ciudades con la paradoja tácita de que, para poder ser considerados parte del grupo, debemos ser homologados, pese a nuestras diferencias e inconformidades. Sufrimos los embates de la moda con pasmosa pasividad: la clave es no desentonar y, a mayor edad, el cambio nos causa un mayor vértigo, al punto que nos dan ganas de sentarnos al borde de un camino sin asfalto, si es que podemos encontrarlo, pero sabemos que la progresión es necesaria y deseable. Cambiamos de ciudades, a veces sin querer, porque la vida nos impone su agenda: los amores se transforman y las personas desaparecen de nuestras vidas.

Nos reproduzcamos, o no, en cien años más todos seremos calvos, ya no estaremos aquí. Entonces, a menos que seamos próceres de alguna causa improbable o descubridores de una vacuna necesaria, difícilmente alguien sabrá que alguna vez habitamos este planeta. Por eso, la consecuencia lógica de esta verdad es renunciar al ego y la vanidad, potenciando la conciencia de la gratitud, interiorizando que solo el aquí y el ahora ( hic et nunc ) es lo que cuenta, y comprendiendo que únicamente contamos con el concepto del tiempo como una unidad de medida, pero que, en términos universales, la especie humana es relativamente reciente y su supervivencia dependerá de la inteligencia emocional y tecnológica que logre a partir de hoy.

A diferencia de los llamados “animales”, nosotros sabemos que vamos a morir, normalmente no sabemos cuándo y tratamos de evadir esa certeza de muchas maneras. Hay quienes se llenan de objetos, poder o placer, o recurren a sustancias evasivas. Quizá por eso la industria del entretenimiento tiene siempre su nicho de éxito garantizado. La actitud filosófica (no necesariamente la académica) enseña y prepara al ser humano a tratar de responder las preguntas fundamentales que, al fin y al cabo, deberemos contestar. Al respecto, he tenido el privilegio de conocer personas sencillas, sin educación formal, que son profundamente sabias.

Conviene no olvidar que somos la cabeza visible de una inmensa caravana de almas. Lo esencial permanece. ¿Quiénes somos y dónde estaremos después de eso que llamamos “muerte”?