Nuestro perro, mucho más que un amigo

No entienden nuestro idioma, ni nosotros sus ladridos, pero los perros hablan con la mirada y la sonrisa

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Nachito llegó a casa para ayudar a mi esposa a sobrellevar el luto por el fallecimiento de un familiar muy querido. Era un cachorro de poco más de un kilo y su pelo semejaba una madeja de algodón.

Hasta ese momento, nuestro código era que los perros viven fuera, en el patio, nos brindan protección y, a cambio, satisfacemos sus necesidades alimentarias, sanitarias y de acompañamiento, pero nunca dentro de la casa, todo en procura del orden e higiene.

Para aspirar a tan elevado fin, con Nacho fue diferente. Muy pronto exhibió un genuino cariño y apego hacia todos, especialmente, por mi esposa. Todos le correspondimos por igual. Se apropió de ciertos rincones para establecer sus guaridas, y es ahí donde uno halla la pantufla, la media, la camisa o el más insospechado adorno o prenda extraviada. ¡Se acabó el orden y la pulcritud!

Cuando hace travesuras serias, corro a buscarlo con notable enfado. Pero me recibe meneando la cola, se contornea como un peluche de cuerda o batería y su cara, inclinada ligeramente, como una caricatura, invita al juego. Entonces, me desarma, y solo se me ocurre explicarle lo que no debe hacer, como si fuera un niño y comprendiera mis palabras. ¿Me entenderá?

Se calcula que el ser humano domesticó a los canes hace aproximadamente 10.000 años. Suscribieron un pacto de amistad que quedó perpetuado en el ADN de nuestras mascotas y, por ende, se traspasa en sus genes de una generación a otra. Desde el instante en que nacen, muestran su afecto y lealtad hacia nosotros. No nacen salvajes, como sus antepasados.

No entienden nuestro idioma, ni nosotros sus ladridos, pero hablan con la mirada y la sonrisa, las expresiones corporales, el movimiento del rabo, el lloriqueo, los distintos tonos de ladrar y en muchas otras formas no verbales para transmitirnos cariño, hambre, temor, alegría, tristeza o dolor.

También, interpretan nuestra mirada y manifestaciones faciales, nuestras caricias, incluso el timbre de nuestra voz, aunque no sepan una jota de castellano. ¡Por supuesto que sí, nos entendemos!

Si bien el amor de la gran mayoría de nosotros por nuestras mascotas es intenso y especial, dada la cotidiana relación, como seres humanos también nos preocupa y tenemos aprecio por todos los animales —domesticados o no—, pues compartimos el mismo planeta y nuestra común naturaleza de seres vivos.

Nachito tiene nuestra casa literalmente patas para arriba y ya forma parte integral de nuestro hogar. Pese a ello, procuramos no humanizarlo, aunque es un poco inevitable. No acostumbramos a ponerle vestidos ni gorros y nunca aceptamos el sacrificio de cortarle el rabo.

Nos encanta que su pelo crezca naturalmente, sin cortes exóticos, como Dios lo echó al mundo. Aunque vive dentro de casa, cada día le procuramos campo abierto donde correr, explorar, escarbar, perseguir insectos o comer hierbas. En resumen, vida de perro, que también es respetar su naturaleza.

Nacho llegó a casa con un propósito superior: sacarnos de la tristeza. No para olvidar, sino para canalizar una vorágine de sentimientos y añoranzas. Sobradamente lo logra. Cuando lo vemos caminar graciosamente como de puntillas o correr por el césped dando pequeños saltos como cabrito recién nacido, también lo concebimos como el homenaje familiar con el que honramos la memoria de nuestra querida sobrina Jackeline.

vchacon.cr@gmail.com

El autor es economista.