No más guerras ni ejércitos

‘Preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra’ es un compromiso al que no se debe renunciar

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A casi un año de la invasión de Rusia a Ucrania, es desolador ver que continúa la brutal agresión contra el pueblo ucraniano; también, las muertes sin sentido de soldados ucranianos y rusos, a pesar de la condena e indignación de gran parte de la comunidad internacional.

Al mismo tiempo, es alarmante que la narrativa predominante surgida de esta guerra, por lo menos entre las potencias occidentales, sea la necesidad de brindar más armamentos a Ucrania y fortalecer sus propias capacidades militares. Los gobiernos de Alemania y Japón duplicarán sus presupuestos de defensa, un paso sin precedentes en países que históricamente mostraron renuencia a aumentar su gasto militar. Según la OTAN, tras la invasión, la mayoría de sus miembros se comprometieron a invertir más y con mayor velocidad en defensa.

Esta dinámica opaca todo llamado a parar la violencia a través de la negociación. Nos sumerge en la lógica de la guerra, en vez de la búsqueda de la paz. Amenaza con descarrilar al mundo del compromiso asumido al final de la Segunda Guerra Mundial de resolver los conflictos a través de medidas pacíficas y, en palabras de la Carta de las Naciones Unidas, “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”.

No debemos permitir que la guerra en Ucrania, por catastrófica que sea, nos ciegue del avance logrado hacia la realización del ideal de la Carta de las Naciones Unidas. Mecanismos establecidos bajo la ONU, como la Corte Internacional de Justicia, ayudan a resolver pacíficamente muchas disputas internacionales, algunas de las cuales de otra manera habrían conducido al conflicto armado.

Los movimientos ciudadanos globales han llevado a la adopción de tratados que prohíben los armamentos considerados antiéticos, como las minas antipersonales y las municiones en racimo, incluso avances esperanzadores en su cumplimiento. La Corte Penal Internacional ha enjuiciado y sancionado crímenes de guerra y de lesa humanidad. Además, el número de conflictos armados disminuyó durante 20 años desde el fin de la Guerra Fría, y, aunque aumentó en los últimos 10 años, las guerras entre países casi desaparecieron. Ucrania es una gran excepción.

Como recordaba el gran educador sobre los datos Hans Rosling, hay que ver las tendencias de largo plazo para entender el mundo, no solo lo que sucede en el momento. De la misma manera, no hay que permitir que las crisis del momento nos hagan perder de vista los grandes objetivos de la humanidad.

Por eso, la Fundación para la Gobernanza Global y la Sostenibilidad (Foggs) lanzó un llamado, junto con varios exjefes de Estado y de Gobierno, entre ellos, los expresidentes Óscar Arias y Carlos Alvarado, al armisticio inmediato en la guerra de Ucrania, así como en todos los conflictos armados.

Más allá de este paso inmediato, junto con Article 9 Society for Global Peace Charter de Japón, la Fundación Arias de Costa Rica y Global Crisis Information Network, propuso hace algunos meses una meta más ambiciosa: la eliminación global de las fuerzas armadas y la renuncia de la guerra en todas las constituciones nacionales.

Un primer paso sería una Declaración Universal de la Abolición de las Fuerzas Armadas, negociada en las Naciones Unidas bajo el liderazgo de los países que ya tomaron esta valiente medida, con la participación tanto de gobiernos como de organizaciones cívicas dedicadas a la construcción de la paz.

Un país que debe liderar esta iniciativa es Costa Rica, por la abolición del ejército hace más de 70 años y su activo papel internacional en la construcción de la paz, por ejemplo, en las negociaciones para poner fin a las guerras civiles en Centroamérica y la adopción del Tratado sobre el Comercio de Armas.

Otros, como Japón, Alemania, Corea del Sur y Bolivia, que renuncian a las guerras de agresión en sus Constituciones, pero mantienen fuerzas armadas, deberían avanzar hacia la eliminación de sus ejércitos.

América Latina también puede ejercer un especial liderazgo. Es una región que no ha visto un conflicto armado entre países durante casi 30 años; en general, existe un firme compromiso con la resolución pacífica y negociada a las disputas entre Estados, y aunque con deficiencias y retrocesos, el compromiso con la democracia y los derechos humanos ha echado fuertes raíces.

La guerra contra Ucrania y los otros conflictos armados —en Yemen, Siria, Etiopía y Myanmar, para citar solo unos cuantos— son retrocesos terribles para la búsqueda de la paz duradera. Pero también hemos progresado mucho hacia la realización de este ideal. Atrevámonos a soñar, pero no solo eso, actuemos ahora para realizar el sueño.

yoriko.yasukawa@foggs.org

La autora es vicepresidenta de Foggs.