No hay que hablar sin saber

Debemos ser objetivos a la hora de asimilar la información

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La reciente polémica sobre la autorización para la siembra de maíz transgénico en el país, ha generado diversas reacciones en las que abundan los argumentos poco fundamentados y sin respaldo científico. Dado el contexto del tema, cualquier argumento debe estar respaldado por datos concretos y estudios confiables. La tendencia parece ser: hablar sin saber. Repetir lo que otras personas dicen y copiar y pegar fuentes, sin leerlas primero.

Entre las fuentes utilizadas por grupos ambientalistas, vemos un artículo del profesor de Agroecología de UCLA Miguel Altieri, el cual advierte sobre los posibles daños de los cultivos transgénicos al ambiente. Muchos de sus argumentos ya han perdido validez luego de 13 años de haber sido publicado y existe abundante bibliografía que desmiente gran parte de los puntos mencionados por Altieri. Aparte de esto, el artículo está lleno de teorías de conspiración sobre cómo supuestamente las transnacionales biotecnológicas financian y controlan la investigación científica, acomodando los resultados para que dirijan la lectura hacia una conclusión previamente establecida.

Las consecuencias de manipular datos en una publicación científica y de intentar confundir al lector con ciencia a medias, fueron claramente demostradas por el investigador francés Gilles-Eric Séralini con su estudio sobre ratas alimentadas con maíz transgénico. La reacción de la comunidad científica internacional (independiente, no financiada por ninguna corporación) fue inmediata. Entre varias inconsistencias señaladas al estudio, se destacó que Séralini utilizó una variedad de ratones proclive a desarrollar tumores independientemente de la dieta que se les administrara, que usara un tamaño de muestra 5 veces menor al recomendado y serios problemas en el análisis estadístico .

La desacreditación del estudio de Séralini demuestra que, independientemente de quien lo financie, no es tan fácil sesgar un artículo científico y publicarlo. La ciencia es imparcial; se diseña un experimento, se lo ejecuta, se recolectan los resultados y se analizan. Todos los pasos deben ser objetivos y llevados a cabo de forma responsable y seria.

Otra cita frecuente es el documental “Le Monde selon Monsanto” de la francesa Marie-Monique Robin. El documental básicamente consiste en imágenes de la autora escribiendo búsquedas en Google utilizando palabras clave obvias y aparenta estar cargado de edición selectiva de las entrevistas. Es el equivalente a los artículos científicos que acabo de citar. Si partimos de una conclusión y luego buscamos datos que la respalden, los encontraremos muy fácilmente. Un documental, al igual que un artículo científico, requiere objetividad e imparcialidad. También se puede mencionar que la autora ha sido acusada previamente de utilizar información incorrecta en otros documentales.

Dejando de lado el tema científico, se habla mucho también de las patentes sobre las semillas. Con los avances biotecnológicos actuales tenemos que empezar a pensar en el material biológico como un producto o una mercadería. Las empresas de biotecnología agrícola invierten mucho dinero en desarrollar semillas transgénicas que permitan facilitar y optimizar las prácticas de cultivo. Como cualquier empresa, lo hacen para poder vender el producto, recuperar la inversión y obtener ganancias. Es economía básica. Si el producto que ofrece una empresa representa un beneficio para el consumidor, este lo consume. La prohibición contractual de almacenar semillas para volver a sembrar en el siguiente ciclo tiene sentido desde el punto de vista de propiedad intelectual. El sistema de patentes también permite fomentar la innovación, ya que proporciona un incentivo a empresas privadas a continuar invirtiendo en desarrollo tecnológico. Que una semilla sea el producto de una planta no significa que deba tener acceso libre y gratuito. Una piña también es el producto de una planta, pero si voy al supermercado no me la van a regalar.

De igual manera, se habla sobre quienes alegan no haber elegido consumir la semilla transgénica y verse en problemas por tenerlas en su campo “por accidente”. Este es el caso de Percy Schmeiser, un granjero canadiense que fue demandado por utilizar semilla patentada sin permiso, quien alegó que llegaron ahí accidentalmente. Luego de los juicios e investigaciones respectivas, la corte canadiense llegó a la conclusión de que las semillas fueron sembradas intencionalmente. En sus declaraciones, el granjero indicó que a raíz de una sospecha de que en su terreno había plantas transgénicas resistentes, decidió rociar herbicida en una parte de su campo. Al año siguiente, utilizó estas semillas para sembrar más de 400 hectáreas. Si no quería estas semillas, ¿por qué mató sus plantas, separó las transgénicas y usó sus semillas para la siguiente siembra? La respuesta es fácil: porque al hacerlo se ahorró $15.000 en derechos de uso de un producto patentado. La investigación de la corte encontró que 95 -98% de las plantas en su campo pertenecían a la tecnología transgénica.

Volviendo al plano costarricense, más allá de las decisiones tomadas por Comisión Nacional de Bioseguridad y de la opinión personal de cada quien, me parece que es importante corroborar las fuentes antes de circularlas. Abundan comentarios en redes sociales en los que se recomienda leer un artículo o ver un documental, acompañados del correspondiente enlace directo. Porque algo esté en Internet o en YouTube no implica que sea la verdad absoluta. Debemos ser objetivos a la hora de asimilar la información y evitar la creciente costumbre de repetir lo que se oye y de hablar sin saber.

Esperemos que la ciencia prevalezca sobre la ideología.

Agustín Buchert Ingeniero en Biotecnología. Doctor en Biotecnología y Biología Molecular, candidato a MBA en INCAE Business School.