No hay ‘posthumanismo’

No hemos llegado a la fraternidad universal, pero ya le inventan un ‘después’

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La Universidad de Costa Rica anuncia la realización de un coloquio sobre el humanismo el 3 de agosto. La noticia apareció en el Semanario Universidad e incluye una parte llamativa: “La invitación está abierta a investigadores, docentes y estudiantes de la UCR y de otras universidades, para repensar, desde el siglo XXI, el legado humanístico, y, de paso, reelaborarlo, recomponerlo y reconstituirlo como un posthumanismo cada vez más inclusivo y diverso”.

Tal vez habría que esperar qué se arguya en el coloquio sobre el “posthumanismo”, mas, por ahora, sorprende esta palabra. “Humanismo” es un término polisémico, y, en el sentido cronológico, “posthumanista” sería la época que siguió al humanismo del Renacimiento (fines del siglo XVI).

Sin embargo, hay otra forma de entender el humanismo: como la filosofía que propone la fraternidad universal. El humanismo nos enseña a aceptar a toda la humanidad como una gran familia, y a cada persona como dotada de la misma dignidad. En este sentido, no existe algo “posterior” al humanismo.

Dos orígenes. ¿Qué puede haber posterior, superior o mejor que comprender a la humanidad como una sola familia? Obviamente, dentro de ella hay muchos desfavorecidos y pocos privilegiados, mas la idea de la fraternidad nos impulsa precisamente a buscar la justicia para todos.

Tampoco puede haber un “nuevo” humanismo: el humanismo ya llegó, está completo, es su propio límite. La idea de la “fraternidad universal” no puede ampliarse ni perfeccionarse, aunque admite dos génesis: religiosa o secular. El humanismo religioso postula que todos somos hermanos, pues somos hijos de un mismo dios, o que somos “chispas” de una divinidad (estoicismo). El humanismo secular prescinde de tales mitos y propone la fraternidad, pues todos somos individuos de la misma especie biológica (la gran familia) y debemos ayudarnos a vivir bien.

Las ideas del humanismo fraternal han surgido en muchos lugares, pero en el Occidente se originaron en Grecia. “Puede considerarse a los sofistas como padres del humanismo” escribe el filósofo Roberto Cañas Quirós ( Ética y política en los sofistas, p. 13). Ellos negaron la condición “natural” de los esclavos y despreciaron la soberbia que muchos griegos sentían ante los “bárbaros”.

De tales raíces derivan las escuelas filosóficas humanistas occidentales, como bien explica el filósofo Víctor Valembois en su libro Vigencia y vivencia del humanismo (p. 119). Sin embargo, pese a su variedad, ninguna de tales escuelas supone que pueda haber algo “posterior” a la fraternidad humana.

Noble idea. El humanismo no acepta el prefijo “post-“, y tampoco lo admiten las ideas de “justicia”, “felicidad”, “ciencia”, “ateísmo”, etc., pues carecen de los sentidos de tiempo y de lugar. ¿Qué sería la “posciencia”? ¿Podríamos exclamar: “¡Hoy me siento posfeliz!”? ¿Cuánto hay aquí de afición a inventar términos llamativos? Recordemos las curiosas sentencias “dios ha muerto”, “el hombre ha muerto” y “el autor ha muerto” (en este último caso, yo estaría de acuerdo si me dejan escoger).

Podría creerse que el “posthumanismo” significa 1) la intrusión de elementos cibernéticos en el cuerpo humano (como en el “hombre biónico” de la televisión), 2) la inclusión de otras especies primates en la categoría de humanidad (Proyecto Gran Simio); pero estas ideas viven lejos del concepto filosófico de “humanismo = fraternidad universal”. En el caso 1 también se habla de “transhumanismo”, término más adecuado que el absurdo “posthumanismo”.

De paso sea dicho, el término “posmodernidad” se aplicó a un estilo arquitectónico posterior al “moderno”, aunque después se lo impuso a otras ideas, de modo que hoy se habla de “filosofía posmoderna” y “sociedad posmoderna”. En rigor, nada puede ser “posmoderno”, como nada puede ser “poscontemporáneo” ni “postactual”. Las “definiciones” temporales son imprecisas.

No adulteremos la noble idea del humanismo como una hermandad de todos, justa y generosa. No hemos llegado a ella, pero ya quieren inventarle una posteridad.

El autor es ensayista.