No hace falta invocar a Dios para poner el universo en marcha

El análisis críticodebe ser científicao filosóficamenteriguroso

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Cuatro distinguidos costarricenses no han podido dormir en paz desde que Stephen Hawking publicó su último libro, “El gran diseño”, donde postuló que “no hace falta invocar a Dios para poner el universo en marcha”. En efecto, durante el 2011, Róger Churnside, Ennio Rodríguez, Luis Diego Cascante y Fernando Araya se han sumergido en los entuertos filosóficos para, coincidentemente, arremeter contra él.

Para don Róger, Hawking “abdicó del honroso linaje de Newton y Einstein” puesto que ellos, a pesar de sus grandes descubrimientos, nunca dejaron de colocar a Dios, de una u otra forma, en sus propios sistemas. Por la misma razón, don Ennio lo acusa de “arrogante”.Don Fernando afirma que“se trata de una hipótesis que no ha sido confirmada por la observación” y, para don Luis Diego, “ninguna cosa intracósmica reposa sobre sí misma”.

Angustia y razón. Cada quien carga con sus propias desazones y las provenientes de la fe deben ser de las más angustiosas de todas, más aún si ella, por más fuerte que se presente, sea, en realidad, endeble. La debilidad conduce a la congoja y ella, en este caso, al ataque gratuito. Afirmar que no hace falta Dios para explicar el origen del universo es, a estas alturas, una afirmación de carácter escolar, puesto que se conoce cuándo inició y los procesos físicos y químicos asociados.

En 1929, Edwin Hubble observó que las galaxias se estaban distanciando (expandiendo), por lo que surgió la hipótesis que ellas, en algún momento, estaban en un mismo lugar. Surge la teoría del “Big Bang” y el propio Hubble concluyó que el universo tenía dos mil millones de años. En 1936, nuevas observaciones de galaxias, realizadas por el mismo Hubble y Humason demostraron que el fenómeno era general y calcularon la velocidad de la expansión.

En 1949, el telescopio de Monte Palomar permitió rectificar las distancias. Para 1988, cuando escribe su famoso libro “Historia del tiempo”, Hawking calculó ese origen común, errónea pero cercanamente, en unos quince mil millones de años. En 1990, se lanzó el telescopio Hubble, que permitió mediciones cada vez más precisas.

Desde el 2001, con las observaciones realizadas por la onda espacial WMAP, se sabe que el universo se originó hace 13.700 millones de años, segundos más, segundos menos, de tal forma que la vieja teoría del “Big Bang” fue contrastada debidamente. En el lenguaje de don Luis Diego, que más parece un grito de ahogo, “hasta aquí la física”. Sí, por supuesto, hasta ahí la explicación física y desde luego, don Luis Diego concordará que, para ese “hasta aquí”, ya no hace falta Dios como hipótesis explicativa.

Especulación. Por otra parte, don Luis Fernando se encuentra preocupado por la tesis de Hawking de que la filosofía ha muerto. Como él nos recuerda, desde Kant sabemos que no todo conocimiento se origina en la experiencia, pero todo nace en ella, de tal manera que el razonamiento especulativo es, utilizando el lenguaje kantiano, “un mero andar a tientas”. Cuando escribió Kant que la “razón extiende su imperio más allá de todos los límites de la experiencia”, da realidad a lo que denominó “raciocinios dialécticos de la razón pura” (dialéctica, como sinónimo de “ilusión inevitable”). Uno de ellos eran las “antinomias de la razón pura” o el esfuerzo de una “cosmología pura”.

Las antinomias se caracterizan por la coexistencia de dos argumentos (tesis y antítesis) contradictorios entre sí, pero ambos lógicamente posibles. La tesis de la primera antinomia era: “el mundo tiene un comienzo en el tiempo y, con respecto al espacio, está encerrado también en límite”. Su antítesis fue: “el mundo no tiene comienzo ni límites en el espacio, sino que es infinito, tanto en el tiempo como en el espacio”.

Mientras que los contenidos de la cosmología no estuvieron basados en la experiencia, el problema del origen y desarrollo del universo se mantuvo en los términos de la primera antinomia. Hoy sabemos que el universo tuvo un inicio y que se expande continuamente. Así, la especulación que acompañaba la reflexión sobre el origen y desarrollo del universo ha desaparecido, dio paso a la experimentación y predicción y, en ese sentido, tal cual, ha muerto la filosofía o, al menos, parte esencial de ella (nada menos que una de las antinomias kantianas).

Crítico como era, el propio Kant estaría feliz.

Es agradable que, periódicamente, los grandes temas filosóficos sean parte de la inquietud de nuestra opinión pública, pero lo sería mucho más si el análisis crítico fuera científicamente sustentado o filosóficamente riguroso. De esa manera, evitaríamos, por un lado, dar la impresión de que la filosofía es un gran océano de problemas sin resolver y, por otro, seguir utilizando la hoguera como sinónimo de verdad.