Ni ‘respetade’ ni ‘escuchade’

Más allá de las nuevas formas de bailar con las palabras bajo la bandera de la inclusividad, me preocupó el tradicional y conservador significado de tal expresión

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En casi 20 años de ser profesor en la U, nunca ningún alumno o alumna me había escrito “No me siento ‘respetade’ o ‘escuchade’ como estudiante”.

Más allá de las nuevas formas de bailar con las palabras bajo la bandera de la inclusividad, me preocupó el tradicional y conservador significado de tal expresión.

Ocurrió en las evaluaciones a mitad del semestre que hacemos en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Costa Rica, a partir de las cuales estudiantes y docente encauzamos mejoras necesarias.

Dejé cartulinas tituladas, con “lo lindo” y “lo feo” del curso, pegadas en la pared. Salí del aula para que los estudiantes se expresaran en privado y, cuando regresé, minutos después, escuché lo que alguien había escrito en el papelito de “lo feo”.

Leer y oír que uno “irrespeta” a un estudiante, sin esperar ni por asomo semejante señalamiento, le mueve de inmediato la parte humana, emocional y reactiva. Surgen entonces el conteo de dedos sobre los años que me faltan para pensionarme, las ideas para buscar a alguien que me sustituya el resto del semestre y una serie de calificativos lindos —y no tan lindos— hacia una generación de estudiantes que, por cierto, resulta injusto meter en un mismo saco.

Sin preguntar quién lo hizo, ofrecí tomarme en serio el peso de esas palabras y de inmediato canalizar el comentario con los colegas en posición de coordinaciones de mando. Empezaba entonces a manifestarse la parte más racional y quizás pedagógica que uno lleva, a veces, escondida.

Escuché que esa opinión estudiantil respondía a mi comportamiento en el WhatsApp del grupo. “Nadie me tiene dando mi celular”, reaccioné en mis pensamientos, y, a la vez, contradiciendo mi convicción de que el celular es una herramienta clave para la docencia en pleno siglo XXI.

Resulta que días atrás, alguien en el WhatsApp había pedido más tiempo para la entrega de una tarea. Antes de tomar la decisión, pregunté públicamente a la organización externa con la que trabajamos en el curso, y que también participa en el famoso chat grupal, sobre dar o no más tiempo para esa prueba que había sido diseñada por ese aliado. Fue esta pregunta mía la que “irrespetó” al estudiante.

Esta historia termina cuando amplié el plazo de la entrega porque el estudiantado tenía razón, y ofrecí disculpas por no haber considerado desde el inicio que la tarea tomaba más tiempo del que yo había estimado. A partir de este episodio, limitamos quién publica y qué en el bendito WhatsApp.

Pero este cuento se aplica a todos los que día a día aprendemos del peso responsable de nuestras palabras, de la importancia de “ponernos en los zapatos del otro” al momento de comunicarnos y de las abismales diferencias generacionales cuando “hablamos” por las redes sociales.

alejandro.vargas@ucr.ac.cr

El autor es profesor de Comunicación en la Universidad de Costa Rica (UCR).