Muy difícil de creer

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¿A qué viajó el presiden te Luis Guillermo Solís a Naciones Unidas, en Nueva York? La respuesta más común es: a hacerle un desaire al mandatario de Brasil, Michel Temer.

Si algún costarricense sabe qué más hizo el presidente en esos cinco días, aparte de ese desplante diplomático, es porque se sumergió en los comunicados de la Casa Presidencial. Quizás hizo mucho, pero imposible saberlo porque su agravio eclipsó todo el gasto de dinero que hizo el Estado para enviarlo en comitiva a EE. UU.

Para los medios de comunicación costarricenses es imposible pasar inadvertido este boicot de nuestro presidente al gobernante de un supuesto país amigo. Pero, si se suma que el acto de abandonar la sala se vio en plena armonía con Ecuador, Bolivia, Venezuela, Cuba y Nicaragua –la Alianza Bolivariana en pleno– llama más la atención, porque desató sospechas de compadrazgos con gobiernos a los que nunca, pese a cómo oprimen a sus pueblos, se les ha hecho afrenta diplomática similar en la ONU.

Muy difícil de creer que Solís no haya estado sintonizado con las delegaciones del ALBA, pues el video dice lo contrario: hubo total coordinación al rebelarse a oír a Temer.

Muy difícil de creer que Solís protestara por la posibilidad (no hecho) de que el Congreso de Brasil vote una ley de amnistía para los políticos involucrados en escándalos por financiamiento ilegal de campañas. Es decir, todo este show, ¿ante una probabilidad?

La protesta sería válida solo si la ley fuera aprobada, pero esa decisión la tienen los congresistas, no Temer, pues hay una separación de poderes que se ignora con la excusa dada por nuestro gobernante. Que la amnistía es cuestionable, sin duda, pero no ha ocurrido.

Muy difícil de creer que el presidente Solís no haya protestado contra la destitución de Dilma Rousseff, pero, una vez que hizo el agravio, ¿por qué no decirlo claramente?

Si un presidente se atreve a tal acto de desprecio hacia otro mandatario, debe mantenerse en el acto y explicarse sin opacidades y con valentía.

Por eso, el presidente debe asumir las consecuencias de su acto y revelar los informes del embajador en Brasilia que lo llevaron al boicot. Si cuesta la expulsión del diplomático, ni modo, Solís debió medir ese riesgo. Si las relaciones con Brasil se tensan más, eso también, buscaba. Si ya hizo el desplante, que lo termine bien.

El autor es jefe de redacción en La Nación.