Morir por Europa

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LONDRES – Este verano, se desarrolló una tragedia espantosa a bordo de un barco en el mar Mediterráneo. Veintinueve hombres, mujeres y niños que habían huido de países asolados por la crisis sucumbieron por los humos del motor en una bodega del buque. Cuando otros 60 se apresuraban a escapar, los traficantes de personas que los llevaban a Europa procedieron a apuñalarlos y arrojarlos al mar frente a la costa de Lampedusa. Finalmente, un barco petrolero danés rescató a 569 sobrevivientes.

Más recientemente, unos 500 inmigrantes murieron en las costas de Malta, cuando un grupo de traficantes de personas respondió a la negativa de los pasajeros a pasar a embarcaciones más pequeñas embistiendo deliberadamente el barco que les había llevado de Egipto. Menos de una semana después, docenas de solicitantes de asilo murieron cuando su barco naufragó cerca de la costa libia.

Este gran número de muertes en Europa y alrededor de ella deben hacer algo más que apoderarse brevemente de los titulares de las noticias. Sin embargo, los europeos parecen habituados a la difícil situación de los solicitantes de asilo y migrantes: más de 1.600 de ellos han muerto en el Mediterráneo solo desde el 1 de junio. Esta situación es insostenible, tanto moral como políticamente.

Por supuesto, Europa no puede ayudar a todos los que huyen de la violencia y la miseria. Pero, en su calidad del continente más rico del mundo, sin duda puede hacer más, especialmente si se adopta un enfoque unificado.

En momentos en que el número de desplazados se encuentra en un máximo histórico, la Unión Europea (UE) –que representa el 29% de la riqueza mundial– es anfitriona de solo el 9% de los refugiados, dejando que países mucho más pobres lleven la mayor parte de la carga. Por ejemplo, el diminuto Líbano refugia a más de un millón de los tres millones de sirios que están desplazados, mientras que la UE –100 veces más grande– ha acogido solo a alrededor de 100.000.

La UE no está impotente para hacer frente a la trágica situación en y alrededor del Mediterráneo. La nueva Comisión Europea, el Consejo y el Parlamento deberían ser capaces de honrar las obligaciones humanitarias de la UE al reducir el número de muertes en el mar, estableciendo así las bases para un debate público más razonable acerca de la migración, mientras que simultáneamente se mejorarían las tensas relaciones con África.

Esto exigirá, en primer lugar, que los líderes de la UE superen las fuerzas que hasta ahora han impedido la acción. Un obstáculo es el populismo antimigrante, que se ha intensificado debido a los problemas económicos graves que los europeos han enfrentado. Con los partidos políticos de la extrema derecha pisándoles los talones, la mayoría de los políticos de las corrientes principales han evitado tomar una postura sobre la migración que podría hacerlos parecer como “blandos”.

Igualmente paralizante es la forma en que los episodios trágicos en el Mediterráneo son retratados: se los muestra como crisis repentinas, y no como parte de una tendencia a largo plazo. Como tal, a menudo provocan furiosa retórica y una actitud defensiva, en lugar de un debate reflexivo. Por ejemplo, cuando las rebeliones de la Primavera Árabe estallaron en el 2011, muchos europeos inmediatamente temían que millones de africanos del norte llegaran a sus costas. En los tres años transcurridos desde aquel entonces, solamente han llegado 30.000.

Peor aún, este retrato implica que poco se puede hacer por mitigar, o incluso impedir, tales eventos. Pero las tendencias a largo plazo que conducen a este tipo de tragedias –incluyendo cambios demográficos, rutas legales inadecuadas a Europa, gobierno y perspectivas económicas deficientes en los países de origen, y percepciones públicas sesgadas sobre los refugiados y los migrantes– pueden, en diversos grados, ser abordadas.

Para empezar, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el Parlamento Europeo deben trabajar para cerciorarse de que el debate público sobre los refugiados y los migrantes esté anclado en la realidad. Tal como está, las ideas erróneas están fuera de control, y los residentes de muchos países de la UE creen, por ejemplo, que sus países reciben a tres veces el número de extranjeros que realmente lo hacen en los hechos. Al desacreditar esos mitos, los líderes de la UE pueden crear un espacio para la acción, mientras al mismo tiempo se debilita la credibilidad de los populistas.

En segundo lugar, en el diseño de políticas de asilo y migración, la Comisión Europea debe involucrar a los ministros del exterior, de empleo y de desarrollo de los Estados miembros, en lugar de solo a sus ministros del interior. El Consejo Europeo también debería ahondar su participación activa en estos temas.

En tercer lugar, la UE debería diseñar sistemas de asilo, migración y fronteras que distribuyan equitativamente los costos financieros, políticos y otros. Muchos Estados miembros perciben como injusto el denominado Sistema Europeo Común de Asilo, que es el que prevalece hoy en día, y es un sistema que viola los derechos de muchos solicitantes de asilo.

En cuarto lugar, la UE debería aumentar el número de refugiados que acepta, y debería dar a más personas la opción de solicitar asilo sin tener que llegar a las fronteras de Europa. Esto daría lugar a un menor número de solicitantes de asilo que emprenden viajes que amenazan sus vidas y dejan a sus familias endeudadas –los traficantes de personas cobran hasta €15.000 ($19.700) por cruzar el Mediterráneo– solo para ser devueltos.

Por último, con el fin de ayudar a prevenir las crisis que conducen al desplazamiento, la UE debe trabajar para fortalecer sus relaciones con los países africanos, especialmente los de la cuenca mediterránea. Conversaciones sobre un Plan Marshall para África – con préstamos otorgados a empresas locales, que estas reembolsarían a sus Gobiernos nacionales para que ellos, a su vez, utilicen el dinero para el desarrollo de infraestructura– proliferaron después de la Primavera Árabe, pero dichas conversaciones no se concretaron. Sin embargo, esa inversión en el desarrollo de África, junto con un diálogo regular y estructurado, podría ayudar a aliviar la difícil situación de muchos africanos. Esto reduciría el incentivo a emigrar, y, en los casos en que las personas aún aspiran a llegar a Europa, se les debería facilitar un proceso más ordenado.

Los nuevos líderes de la UE tienen una oportunidad importante para diseñar un abordaje fresco con respecto al asilo y la migración, que reconozca que la migración segura y ordenada puede traer importantes beneficios para ambos, tanto para los países de origen como para los de destino. Teniendo en cuenta la tendencia de los europeos hacia la generosidad y la razón –cualidades que sus líderes políticos a menudo subestiman–, tal iniciativa incluso podría traer beneficios políticos. En resumen, no hay ninguna razón de peso para no extender el enfoque de política basado en principios de los que Europa se enorgullece, a fin de incluir a aquellos que arriesgan sus vidas para llegar a sus costas.

Peter Sutherland es representante especial de las Naciones Unidas para la Migración Internacional y fue director general de la Organización Mundial del Comercio. © Project Syndicate.