Moreau: ojos que da miedo mirar

Como Signoret, buena parte de la fuerza dramática de Moreau residía en sus ojos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El cine francés siempre ha tenido grandes actrices, fuertes, poderosas, que lo mismo que deslumbran con harapos, supuran con visones, y en las que el factor de la belleza física queda en un segundo plano ante su fuerza interpretativa.

Acaba de morir quizá la más grande, Jeanne Moreau, que se dio a conocer, sobre todo, como estrella icónica de la “nueva ola” francesa en los años cincuenta y sesenta, en especial con Francois Truffaut, quien la consagró en nuestra memoria con su película Jules et Jim, aunque ya desde años antes venía haciendo un gran trabajo cinematográfico con directores como Orson Welles y Luis Buñuel.

La lista de grandes directores con los que ella trabajó incluye además a uno de sus maridos, Louis Malle, a Michelangelo Antonioni, a Roger Vadim, a Elia Kazan, o más recientemente, a R.W. Fassbinder, a Peter Brook, a Wim Wenders y a Francois Ozon. Casi nada…

Hermosura. Moreau era hermosa sin ser bella, no a la manera de Catherine Deneuve, que con todo lo buena actriz que es, nunca llegó a serlo tanto como Moreau. La belleza y la elegancia de Deneuve le pesaron tanto, le dieron un aura de esplendente frigidez, con lo que no logró volar tan alto interpretativamente como Jeanne.

Esta última se acerca más a otra actriz excelente y ya difunta: Simone Signoret. Con ella comparte fuerza actoral y un cierto desprecio a la belleza superficial. Así, Signoret engordó sin culpa en sus últimos años, después de haber sido figura sexual, y eso no le impidió hacer en Madame Rosa una de sus grandes interpretaciones.

Por su parte, Moreau no tenía miedo a las arrugas que los años esculpían en su rostro, y eso no le impidió, seguramente, conseguir amantes jóvenes e inteligentes, tal como a ella le gustaban.

Como Signoret, buena parte de la fuerza dramática de Moreau residía en sus ojos, que con los años se fueron aguzando y cargando de una profunda tristeza, que ni siquiera su hermosa sonrisa lograba balancear. Ojos de melancolía filosófica, arrugas de desapego mundano, y una fuerza volcánica contenida que la poseía, que algunos llamarían, equivocadamente, masculina, ya que es la energía de las diosas (Kali, Coatlicue, Atenea).

Por cierto, ojos, arrugas, inteligencia y erotismo como los de su amiga, la talentosa escritora Marguerite Duras, a la que encarnó en el filme Ese amor, de Josée Dayan, y algunos de cuyos personajes interpretó en cine y teatro. Debido a sus gran talento, Moreau fue la primera mujer en ser miembro pleno de la Academia de Bellas Artes, en un acto equivalente al de la otra Marguerite letrada, la Yourcenar (la notable autora de Memorias de Adriano ) como primera mujer en la Academia Francesa. Esto da una idea de la proyección cultural de Moreau y de su reconocimiento en Francia.

Legado. Se ha ido Moreau, pero quedan sus filmes para nuestro consuelo, que espero que los cineclubes, cinetecas y canales culturales de televisión organicen próximamente en ciclos de proyección. Los que la vimos actuando podemos de nuevo deleitarnos con ella, recorrer algunos de sus hitos de cine, como Les Valseuses, con un joven (y delgado) Gérard Depardieu, y una debutante Isabelle Hupert, sin duda, a mi juicio, su heredera actoral en la escena del cine francés.

Por lo pronto, me quedo con una imagen de este filme en que Moreau camina hacia la playa, enérgica, vestida de negro, primero entre las blancas cabinas de playa, después en la arena abierta, con los dos jóvenes del filme, Jean-Claude y Pierrot, que siguen su paso cierto y cautivante a cierta distancia, rumbo al mar y al horizonte. Luego de detenerse y contemplar el oleaje, ella le da un brazo a cada acompañante y, sostenida entre esos jóvenes hermosos y salvajes, sonríe, no a ellos ni a nosotros, sino al mar, dispuesta a la orgía y a la muerte.

El autor es escritor.