Mitos electorales

Las reformas electorales deben enterrar el subdesarrollo político

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El mundo electoral costarricense está lleno de mitos, esto es, de creencias que son el resultado de costumbres y tradiciones que persisten sin que nadie las cuestione o verifique si poseen algún asomo de veracidad. Probablemente el mayor mito electoral es la creencia que tienen muchos costarricenses de que la nuestra es la mejor democracia del mundo. El día de las elecciones, entre el bullicio de las pitoretas y la avalancha de banderas y camisetas, y de guías que, como si todos fuéramos tarados mentales, nos intentan llevar a la mesa de votación, esa sublime creencia llega a su clímax. A ese carnaval le llamamos la fiesta cívica. No tiene ninguna importancia que no sepamos el nombre de un solo candidato a diputado ni lo que piensa nuestro candidato a presidente sobre ningún problema nacional.

La lista de los mitos electorales es larga y fecunda. Hay hechos que, al tener la virtud de desnudar la realidad, facilitan el reconocimiento de los mitos. La última encuesta de la firma Borge y Asociados divulgada por Telenoticias a mediados del pasado diciembre es uno de esos hechos. Veamos algunos de los mitos que descubre esa encuesta:

a) La propaganda. Creo haber sido el primer costarricense que dijo, hace ya más de diez años, que ninguna campaña política se gana gracias a la propaganda, cualquiera que sea su calidad. La encuesta mencionada indica que José Miguel Corrales se encuentra a la cabeza de las simpatías electorales costarricenses. No solo derrota fácilmente a todos los contrincantes dentro de su propio partido (obtiene casi 15 puntos más que todos los demás juntos), sino además derrota a Miguel Angel Rodríguez por casi cuatro puntos. ¿A qué se debe que Corrales encabece la simpatía electoral costarricense? A varias causas que merecen sesudos análisis de nuestros comentaristas pero, ciertamente, la propaganda no es una de esas causas. Corrales no ha gastado un solo centavo en propaganda durante los dos últimos años y medio y, cuando lo hizo, durante la pasada convención liberacionista, esta fue ralita y malita.

b) La organización. Este es un mito que descansa en causas fácilmente explicables. Todos los que pertenecen o desean pertenecer a esa entelequia política que llaman la organización juran que es la columna vertebral de la lucha electoral. Esto nunca ha sido cierto pero hoy, con la ubicuidad de los medios de comunicación colectiva, definitivamente es menos cierto que nunca. Para muestra un Corrales cuya organización, según entiendo, cabe en una cabina telefónica.

c) Dinero. Decía Napoléon, ese baluarte de la decencia, que para la guerra se necesitaban tres cosas: dinero, dinero y más dinero. Algunos creen, como el político mexicano Carlos Hank González, -quien tiene entrañables amistades en nuestro país y quien, además, acuñó la cínica y desvergonzada frase: "Un político pobre, es un pobre político-" que en política es igual. Me parece que Corrales no solo no ha recibido la bendición de ningún grupo económico poderoso sino que, además, me dicen que sus finanzas personales y las de su movimiento no pueden ser más escuálidas. Eso sí pronostico, a pesar de lo reticente que soy a toda predicción, que si continúa con la actual fuerza electoral pronto verá engrosar las arcas de su grupo político más allá de toda previsión.

d) Las cúpulas. A esto es a lo que Oscar Arias llamó los ayatolas. Hasta la fecha Corrales no ha recibido apoyo de ningún santo grande. En todo caso la encuesta viene a confirmar que la capacidad que tienen los ayatolas para endosar su fuerza electoral es prácticamente nula y, es un regalo de los dioses que así sea.

Hay otros mitos que no desnudó la encuesta, pero que vale la pena describir brevemente.

a) Los signos externos. Mito de mitos. No existe un solo costarricense, probablemente no existe un solo terrícola, que decida su preferencia electoral debido a la poderosa capacidad persuasiva de mil banderas, de cien afiches pegados en las paredes de un puente o de un estético graffiti pintado sobre la estratégica tapia de un buen vecino. Otras chucherías que poseen un fuerte impacto en el mundo de las ideas son los llaveros, las sombrillas, las reglas, las viseras y los lapiceros. Normalmente se pone a la cabeza de este importante departamento a algún sabio que luego nos alumbra con su sapiencia desde algún rincón de la ubre estatal. Pobres las democracias que no han descubierto este notable filón ideológico.

b) Las plazas públicas. Este vestigio de circo romano posee las mismas características del perro que da vueltas intentando morderse su cola. Su público son los más fieles creyentes de la causa que en procesión van de plaza en plaza vitoreándose a sí mismos y escuchando alelados y enfervorizados la misma cantinela primitiva y maniquea que se puede resumir en vocabulario tarzanesco con la siguiente frase: nosotros buenos, ellos malos.

c) El transporte. Fraude de fraudes. El transporte de las elecciones es un inmenso timo con el que algunos hacen su agosto y otros lo usan como trampolín para la obtención de un buen hueso. ¿Saben por qué este fraude multimillonario y absolutamente ineficiente ha logrado sobrevivir tantas campañas políticas sin que nadie lo cuestione?, porque ni la clase política, ni los diputados, ni los periodistas, ni casi nadie utiliza este medio para ir a votar. Cada quien va y vota por sus propios medios y se imagina que en alguna parte hay decenas de miles de ciudadanos que requieren del transporte partidario para ir a votar. Ojalá se aprueben las reformas electorales que se encuentran en la Asamblea Legislativa para que todos podamos votar desde cualquier lugar del país y así se acabe este engaño a plena luz del día.

Es importante analizar estas cosas en momentos en que la Asamblea Legislativa se encuentra a las puertas del estudio de una serie de reformas electorales, varias de ellas propuestas por el Tribunal Supremo de Elecciones.

Gracias a un extenso y bien documentado reportaje del periodista Rónald Matute, publicado el primer día del año en este periódico, sabemos que, de no reformarse el porcentaje destinado a deuda política, el monto asignado para la próxima elección será de más de 7.500 millones de colones. Una suma exorbitante para un país pequeño y pobre. Pero lo más grave es que, de continuar el actual estado de cosas, los costarricenses volveríamos a financiar una serie de actividades que en nada contribuyen a hacer de nosotros mejores ciudadanos y de la nuestra una mejor democracia. Nos hemos quedado con lo accesorio y hemos olvidado lo esencial: que el proceso electoral es sencillamente el escenario que posee la democracia para escoger a los más aptos. Todo lo que colabore con ese noble fin debe recibir nuestro apoyo y todo lo que atente o distraiga ese objetivo debe desecharse o, al menos, no debe financiarse con dineros públicos.

Es en momentos como estos que se mide la verdadera estatura de políticos y de gobernantes. No hay ninguna razón para que no se aproveche esta promisoria circunstancia y de una vez por todas sentemos las bases para que, como las más avanzadas democracias, tengamos procesos electorales austeros, modernos e inteligentes.