Mínimo un concordato

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Me refiero al artículo publicado por don Christian Hess Araya el 17 de octubre de 2011, titulado “ Razones contra el concordato ”. Nuevamente, arremete mi colega contra la Iglesia católica empleando un razonamiento capcioso, con desconocimiento histórico inexcusable del valioso aporte de la Iglesia a nuestro país.

Don Christian, la cultura costarricense tiene una gran influencia de la religión católica: la palabra cultura viene de culto. Explica el famoso historiador inglés, Christopher Dawson, que toda la energía y la vitalidad de una sociedad está íntimamente unida con la religión: “Una sociedad que ha perdido su religión pronto o tarde acaba siendo una sociedad que ha perdido su cultura”.

La Iglesia católica, sin duda alguna, ha influido positivamente en todo el desarrollo, tanto material como espiritual, de la vida nacional. La fe cristiana se vivió hondamente desde los tiempos coloniales. Y como resultado de ello tenemos un pueblo con una formación y una cultura fuertemente matizadas por la fe cristiana. En efecto, expresa el ilustre obispo e historiador, monseñor Sanabria, que el primer maestro de escuela fue un sacerdote católico: el padre Diego de Aguilar.

La reforma social llevada a cabo en la década de los cuarenta se inspiró en la doctrina social de la Iglesia, y la mayoría de sus protagonistas fueron laicos católicos y miembros del clero. Costa Rica, primer país en América Latina en hacerlo, impulsó una verdadera reforma social fundamentada en la doctrina indicada.

Sirva de referencia el libro de don Gustavo Adolfo Soto Valverde, titulado La Iglesia Costarricense y la Cuestión Social, publicado por la Editorial Universidad Estatal a Distancia, San José, Costa Rica, 1985.

En consecuencia, don Christian, de ser reformado o derogado el artículo 75 de la Constitución, cláusula pétrea, obviamente no porque no pueda ser reformado o derogado, sino porque ello –de ocurrir– significaría una ruptura total e inzanjable con la Constitución que la contenía (según el pensamiento del padre del Derecho Público costarricense, Dr. Eduardo Ortiz, para quien la reforma o derogación de una norma pétrea se puede hacer, pero no con base en la Constitución a que pertenece, sino contra ella y en abierta violación de ella, que resulta descontinuada), lo menos que puede hacer nuestro país es suscribir un concordato.

Este espacio no da para tanto, don Christian. Sin embargo, respetuosamente, le voy a sugerir dos lecturas: la primera tiene que ver con el sesudo análisis del profesor Ortiz sobre las reformas constitucionales e inconstitucionales, y la segunda se trata de un libro de lectura obligatoria para cualquier escritor serio que desee conocer la historia patria: Bernardo Augusto Thiel, escrito por monseñor Sanabria y publicado por la Editorial Costa Rica, San José, 1982.

A propósito, monseñor Thiel, uno de los más brillantes prelados de cuantos llegaron a nuestra Costa Rica, fue injustamente expulsado de nuestro país en una época liberaloide y anticlerical que don Christian Hess parece añorar: Non in folio sed in capitolio.