Mil días primordiales para los niños

El cerebro de los niños se desarrolla a una velocidad vertiginosa durante sus primeros años de vida.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Fortalecer la educación desde los primeros mil días de vida fomenta el desarrollo socioeconómico del país. Por tanto, debemos replantearnos el modelo educativo nacional.

Nuestro país se debate entre la incertidumbre fiscal, una crisis de valores sociales y la necesidad de aprovechar las oportunidades. Es el momento propicio para abrir un debate sobre una temática que ha permanecido en el ostracismo, pero que debe emerger por el bien de todos.

Lejos debe quedar el tabú de que la educación comienza cuando el niño ingresa a la educación formal. Debe darse un golpe de timón en aspectos esenciales para aprovechar la elasticidad que tiene el cerebro en sus primeros años de vida, cuando el aprendizaje puede rendir frutos.

El cerebro tiene la capacidad de modificarse con base en estímulos, cuidando la alimentación del menor, fortaleciendo habilidades artísticas o deportivas, trabajando el afecto, la sensibilidad y el cariño.

La revista médica británica The Lancet, en una publicación del 2016, dio en el punto al destacar que de acuerdo con una investigación, en la cual participó un grupo de neurólogos, se determinó que el cerebro de los niños se desarrolla a una velocidad vertiginosa durante sus primeros años de vida, periodo durante el cual se producen hasta 1.000 conexiones neuronales por segundo.

Esas conexiones se fortalecen si se diseña un plan de nutrición balanceado y los signos inequívocos de demostraciones de afecto que deben recibir los pequeños de sus cuidadores.

Pobreza. Lamentablemente, muchas familias no cuentan con lo básico para brindar el estímulo temprano.

En la nutrición, por ejemplo, inciden los índices de pobreza. De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, por sus siglas en inglés), en los países de ingresos medios y bajos (Costa Rica, entre ellos), 250 millones de niños menores de cinco años corren el riesgo de no alcanzar su potencial de desarrollo debido a la pobreza extrema y al retraso del crecimiento.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecen metas para el combate de la pobreza, pero es ahí donde los países deben prestar atención a cómo llegar al destino atravesando la ruta con éxito.

Los Cendis, centros de atención integral de menores en sus primeros 1.000 días de vida, funcionan en México, de forma muy similar a la Red de Cuido que impulsó en nuestro país la expresidenta Laura Chinchilla (2010-2014).

Aunque en Costa Rica la primera infancia está amparada legalmente por la Constitución Política y el Código de la Niñez y la Adolescencia, donde se establece la educación preescolar como primer nivel del sistema educativo, debemos ir más allá si queremos aspirar al modelo de bienestar social y económico que cada persona merece.

En tiempos cuando la revolución del conocimiento está dictada por el tinglado de las tecnologías, debemos generar equilibrios para que nuestros niños otorguen la importancia saludable a estos medios, que no son fines en sí mismos.

Tenemos frente a nosotros la ineludible labor de que esos primeros mil días de vida se disfruten, se jueguen, se reinventen. Es una inversión a largo plazo. Sus rendimientos captarán el interés de una sociedad que requiere respuestas asertivas a los grandes desafíos que enfrentamos.

La autora es diputada.