Mentiritas privadas, mentirotas públicas

Cisneros, Chaves y su grupo vendieron la idea de que ellos son distintos. Queda claro que no

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Se le preguntó a Pilar Cisneros si ella indicó a ministros del gabinete que a veces es necesario mentir. Respondió que, en un entrenamiento de voceros, ella, actuando como si fuera periodista, les dijo que a veces es necesario mentir. Pero se quejó amargamente porque algunos medios omitieron informar de que ella detesta mentir, y añadió que lo recomendable es no hacerlo.

Acto seguido, pretendió reforzar su argumento diciendo algo así como “todos mentimos en nuestra vida cotidiana”, e ilustró su afirmación contando que se ha encontrado con señoras que le preguntan si se acuerda de ellas y contesta que sí para no parecer descortés.

Lo falaz de su argumento radica en pretender hacernos creer que las llamadas “mentiritas blancas”, que en efecto se usan en las relaciones interpersonales en el ámbito privado son, en su esencia, similares a las mentiras que propague un ministro o una ministra en el ámbito público.

Son dos situaciones radicalmente distintas. En ningún caso, y por ningún motivo, las mentiritas privadas pueden justificar mentirotas públicas. Toda persona con un mínimo de sentido moral sabe que son ámbitos distintos y que la repercusión social de una mentirita dicha a una señora para no ser descortés es radicalmente distinta a la repercusión social que tiene una mentira proferida en el ámbito público por quien ostenta un cargo público, máxime si es ministro, congresista o presidente. ¡Siempre será una mentirota pública!

Si alguien me pregunta si me gustan los anteojos nuevos que anda puestos, y yo, al verlos, pienso que son horribles, perfectamente puedo decirle que le quedan bien. Sería una forma de respetar sus gustos, que no tienen que ser iguales a los míos. Esa es una forma de interacción interpersonal perfectamente válida desde un punto de vista social y moral.

Si un ministro o una ministra convoca a periodistas (para eso fue el entrenamiento que Cisneros les dio) y les miente y, a través de ellos, miente a los costarricenses sobre asuntos de interés público y que afectan a la ciudadanía, es un acto moralmente condenable. Como también lo es el limitarse a solamente “recomendar” que no mientan. Aquí no caben las medias tintas: en el ejercicio de una función pública nadie puede ni debe mentir. Punto.

La gran mayoría estamos hastiados de las mentiras de muchos políticos. Cisneros, Chaves y su grupo vendieron la idea de que ellos son distintos. Queda claro que no.

miguemartiv@gmail.com

El autor es filósofo.