Mejor disolvamos La Nación

El editorialista no ha entendido nada e intenta confundir a la población

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Y sigue sin estar en nada el editorialista de La Nación, al ponerme de su lado para disolver la Corporación Arrocera Nacional, que creamos en el 2002 a pesar de varios editoriales en contra publicados desde ese entonces por La Nación, además de endilgarme el honroso cargo de presidente de Conarroz, cuando en realidad soy el presidente de la Asamblea General de Conarroz.

Hechas estas aclaraciones, para no confundir a la opinión pública, en lo que sí coincido con La Nación es en que tenemos discrepancias abismales.

Óscar Campos Chavarría propone, contrario al editorialista, fortalecer a Conarroz, igual a como lo hicimos con la Liga Agrícola Industrial de la Caña de Azúcar (Laica) en 1998. Será que ahora al articulista le gusta más el dulce de la caña de Juan Viñas, que el arrocito que mitiga el hambre de los pobres.

Desde su Olimpo, el editorialista ofrece cátedra económica de libre mercado, la misma que han promovido y defendido por muchos años y apoyado abiertamente, y la misma que tiene al país y al mundo en grave crisis. Se olvidó de la objetividad periodística al arrastrarse editorialmente a favor de tratados de libre comercio, donde no pensaron en esos consumidores, quienes siguen esperando los autos Mercedes Benz y BMW que les ofrecieron a los trabajadores, quienes, además, siguen esperando gozar de la mejor calidad de vida ofrecida con base en dichos tratados.

La FAO y la seguridad alimentaria. En su trasnochadera por imponer su verdad, saca a relucir las políticas de la FAO, institución que en un reciente informe, “Iniciativa sobre la subida de los precios de alimentos”, advierte que la fuerte subida del precio de los alimentos, experimentada recientemente por la humanidad, podría traducirse en una nueva crisis alimentaria, por lo que hay que redoblar esfuerzo en la producción agrícola de los países.

Meses antes, el director la FAO, Jacques Diouf, indicó que los países necesitan las herramientas de desarrollo, económicas y políticas necesarias para impulsar su producción agrícola de alimentos ya que un sector agrícola saludable es clave para vencer el hambre y la pobreza. En contra sentido, el editorialista de marras quiere eliminarlo.

La Nación quiere manejar el pensamiento de la FAO a su manera y procura confundir a los lectores, con declaraciones de 1996 – hace 15 años–, encajonándonos en la historia sin derecho a mirar hacia el futuro. Quiere a un pueblo pobre y con hambre cuando los países exportadores de alimentos cierren las fronteras a la exportación de alimentos y los especuladores de Wall Street sigan haciendo subir sus precios.

Para ubicar al señor editorialista, la definición de seguridad alimentaria de FAO tiene un problema de definición y es el que no dice cómo se puede lograr ese milagro, y no lo dice, porque el que pone la plata no quiere que se diga que solo se puede lograr con salarios crecientes y con producción de alimentos local, y esta producción sin apoyo del Estado no puede existir en competencia con la inestabilidad de los precios del mercado internacional, en el cual coexiste en este rubro una “competencia desleal” apoyada internamente por los grupos de importadores poderosos.

La definición de la FAO citada por el editorialista, data de los años fuertes del Consenso de Washington, cuando la discrepancia la hubiera dejado sin presupuesto, como le acaba de suceder a la Unesco por proceder con honestidad. Y la Cumbre Alimentaria de Roma, a la que se refiere La Nación, también dependió de esa obediencia, pues, de no ser así, tendría que decir que se necesita la producción local y que hay que protegerla, como ahora sí lo están manifestando ante el peligro inminente del hambre y la pobreza global.

Incomprensión. Reitero, para enojo del editorialista, que La Nación propone dejar en manos de producciones extranjeras e importadores poderosos la seguridad alimentaria de los costarricenses.

En cuanto a disolver algo, yo pienso que los costarricenses se beneficiarían mucho con la disolución de La Nación, pero, como eso no lo vamos a ver pronto, habrá que esperar a que quiebre, cuando la crisis económica global le seque los anuncios, lo que también sería una gran ganancia para el ambiente, pues para cada ejemplar de hojarasca se necesita cortar un bosque.

Y es que le chima, como dicen en el campo, al editorialista, el ‘plan Escudo’ del Gobierno de Arias, respecto al fomento de la producción nacional alimentaria, camino correcto, como lo manifestó el arzobispo Arrieta: “Aquellos que no sepan que hay que comprarle a los alimentos a nuestros campesinos, aunque sea un poco más caros, no ha entendido nada”.

Eso es lo que pasa: el editorialista no ha entendido nada y, para defender sus posiciones y las del periódico, intenta confundir a la población.

En fin, para que el articulista quede tranquilo, le propongo de nuevo que, en lugar de disolver a la Corporación Arrocera Nacional, entidad rectora del grano que vela por la seguridad alimentaria de la población, como él propone y no yo, mejor disolvamos La Nación.